La séptima. Capítulo 13.

El estridente sonido de una campana me saca de un sueño que no consigo recordar. El corazón me late con fuerza hasta que consigo habituarme al timbre.

No sé qué hora es, pero por los movimientos cansados de mis futuros compañeros, deduzco que es pronto. Es difícil saberlo en el espacio, y yo sigo sin tener reloj.

Nunca me ha costado levantarme por las mañanas, pero hoy me quedo helada donde estoy. Tengo miedo de lo que pueda pasar hoy en la nave, e incluso de mis compañeros. Sullie me pone una mano en el brazo y me dirige una mirada de ánimo.

Yo bajo mis pies descalzos al suelo y me siento sobre la cama; soy tan bajita que mi cabeza ni siquiera roza la litera de arriba, mientras que mi hermano tiene que doblar el cuerpo para entrar. Me duele todo; tengo los brazos llenos de moratones, y estoy segura de que mi cara y el resto del cuerpo están igual.

Me muerdo el labio y noto una punzada de dolor y el sabor de la sangre seca. Me cubro con la sudadera, en parte porque hace frío, pero también porque quiero que mis heridas se vean lo menos posible.

Veo los pies de Chuck entre los hierros de la escalerilla que lleva a la cama de arriba. Mi mejor amigo se sienta a mi lado; está lívido, y tiene una expresión de terror.

─Vamos ─dice Sullie, que ya se ha puesto las botas pesadas que nos han dado y unos calcetines limpios.

Intenta componer una expresión animada, pero hace una mueca; supongo que le duelen demasiado las heridas, y me hace sentir tan mal como anoche.

Me apresuro a calzarme y ayudo a Chuck con sus botas; le tiemblan tanto los dedos que no es capaz ni de atarse los cordones.

Los tres nos colocamos en hilera y seguimos al resto, que nos mira con curiosidad. Yo intento mantener la vista en la nuca de la chica de delante, sin fijarme en nada más, pero puedo percibir que aquí hay incluso más diversidad de razas que en la Academia, ya que por el rabillo del ojo puedo ver pieles de casi todos los colores imaginables, y escucho a gente hablar en lenguas extrañas.

Trago saliva. Me tiemblan las manos, y me agarro el borde de la camiseta.

Me atrevo a echar una ojeada al pasillo; me recorre una oleada de miedo al ver que es igual a los que albergaban las celdas. Es como volver de nuevo a esa pesadilla.

Respiro hondo. Puede que entrenar con alguien que ha estado buscándome durante mucho tiempo y que ha cometido a saber cuántas atrocidades no sea el mejor destino, pero por lo menos no estoy siendo torturada en una celda. Así podré investigar desde dentro cómo funciona la organización.

 

Antes de que me dé cuenta, hemos llegado a una estancia enorme. Las paredes metalizadas, las luces fuertes y las mesas largas y blancas me hacen entrecerrar los ojos un momento.

Cuando por fin consigo adaptar la vista, veo que la sala está llena de gente que hace cola, carga bandejas o desayuna tranquilamente. Es fácil distinguir a los soldados, todos con ropa elegante y capas, de los cadetes, que van vestidos igual que nosotros.

Sullivan me aprieta una mano y yo me agarro al brazo de Chuck, que se ha quedado lívido a la puerta, creando cola y protestas entre los demás.

─Venga ─consigo decirle, aunque yo también estoy asustada.

Muchas personas nos miran según vamos avanzando.

Los tres cogemos bandejas de plástico negro con exactamente el mismo desayuno: una taza de café, dos tostadas y una pera pasada. Conseguimos encontrar sitio para los tres en el extremo de una mesa cercana. La gente a nuestro lado nos mira con curiosidad.

Esta es la primera vez que me siento igual que en la Academia; aquí todos se conocen, y yo vuelvo a ser la chica rara que no encaja. Supongo que ya me he acostumbrado a serlo.

Le doy un trago al café, y tengo que hacer un esfuerzo por no escupirlo de vuelta a la taza; es aguado y asqueroso.

El chico que está a mi lado, que tiene la piel de color azul cobalto y tres ojos amarillos, se ríe.

─Te acostumbrarás ─me asegura con un acento extraño─. Pero será mejor que lo comas todo; te vendrá bien para el entrenamiento.

Sonrío al yigyi, intentando no pensar en la palabra entrenamiento.

─Soy Hillmight, por cierto ─se presenta.

─Sky ─le digo, aún con el sabor del café cosquilleándome en el paladar.

Por lo menos, me alegro de que alguien se haya acercado a hablarme, en lugar de mirarme como un bicho raro.

Cuando he conseguido beberme todo el café y comer media tostada reblandecida y asquerosa, lo que me ha supuesto un esfuerzo sobrehumano, alguien me toca un hombro. Me tenso enseguida.

─¿Soldado Anderson?

Me estremezco; me acaban de llamar soldado. Aun así, intento que no se me note y levanto la cabeza. La que me ha hablado es una mujer joven, con el pelo negro muy corto y piel de color rosa intenso. Los ojos se me llenan de lágrimas; es una zanafh, igual que Wielia.

─Venga conmigo.

Miro a Chuck y a Sullie; no quiero dejarles solos. Sin embargo, mi hermano asiente en nuestra dirección y mi amigo, que parece haber vuelto en sí, me hace un gesto.

Me levanto del banco.

─Cuidaos. Os veo más tarde ─.les digo, antes de salir detrás de la mujer.

De verdad espero volver a verles, y que no les maten o les torturen mientras estoy fuera. Suspiro profundamente; por lo menos no he visto ni a Ben ni a Ángela.

La mujer me lleva por un laberinto de pasillos y puertas; me pregunto cuánto tardaré en conocer la nave.

Al final, se detiene delante de una puerta y la abre. Me sorprendo al ver una biblioteca llena de libros, aunque por lo que puedo ver son todos sobre estrategia militar, mantenimiento de armas y lucha cuerpo a cuerpo. La mujer me tiende varios libros de tamaño considerable, y voy ojeando los títulos. Estancias en el espacio y Armas de fuego y sus usos son algunos de ellos.

─Aquí tienes toda la historia y la organización interna de Rak-ba, así como el temario que otros cadetes ya han estudiado. No te vamos a hacer ningún examen sobre ello, pero sería bastante útil que lo ojearas. Por las mañanas tendrás entrenamiento, y por las tardes clases teóricas. Te darán lo necesario cuando llegues.

Asiento porque es lo que se supone que tengo que hacer, pero solo ver el libro me provoca repulsión. No quiero aprender cómo funciona esto.

Respiro hondo mientras sigo a la mujer de vuelta. Tal vez me sea útil si alguna vez se me presenta alguna oportunidad contra ellos.

Salimos de la sala y la sigo de nuevo por la nave; intento fijarme en todos los detalles que puedo.

La oficial se detiene de nuevo, y voy tan ensimismada en mis pensamientos que estoy a punto de chocar con ella. Me doy cuenta de que no me ha llevado al comedor, sino a una habitación distinta. Veo que hay chicos y chicas, más o menos de mi edad, charlando y estirando.

─La sala de entrenamiento para cadetes ─me aclara la mujer─. Te dejo aquí.

Vuelvo a asentir, aunque tengo la cabeza embotada y el corazón amenaza con salírseme del pecho. Me quedo parada a la puerta, sin saber qué hacer.

La sala es enorme, casi tan grande como el piso de mis padres en Nueva York. Retiro ese pensamiento de mi cabeza inmediatamente; no quiero ponerme a llorar aquí.

Veo que Hillmight me hace señas desde el fondo de la habitación, así que me acerco a él, lo que me resulta difícil, ya que el suelo está lleno de cadetes sentados, pértigas, bolas enormes de goma y un montón de cosas que tengo que ir esquivando.

─Ven, quiero presentarte a alguien ─dice alegremente, como si no nos estuvieran entrenando para controlar el universo.

Me lleva junto a dos chicos y una chica de su misma raza. Aunque intentan mostrarse amables, parece que mi llegada no les ha sentado demasiado bien.

─Noyka, Aras, Balp, ella es Sky.

Ellos asienten levemente y siguen hablando a lo suyo. Me siento despreciada; me esperaba indiferencia por parte de mis compañeros, no que pasaran de mí de esta manera.

Subo el pie a un banco y finjo atarme la bota; no quiero que Hillmight vea que estoy a punto de llorar. Él se sienta junto a mi pie, vendándose las muñecas para evitar esguinces y tapándose algunas heridas en las manos.

─No les hagas caso; son así con todo el mundo ─me asegura, y su acento casi me hace reír.

─Gracias.

La sala se ha quedado en completo silencio. Hillmight se ha levantado y se ha puesto en posición de firmes, mirando hacia la puerta.

Me apresuro a bajar el pie del banco e imitarle, solo para llevarme una horrible sorpresa.

─Poneos a calentar. Ya ─dice Ben.

 

No me lo puedo creer; seguro que esto es un plan malvado diseñado por Ángela para minar mis fuerzas. Cuando me enteré de que Ben iba a ser mi entrenador, me sentí desmayar; puede que lo hubiese hecho si Hillmight no hubiera puesto su brazo alrededor de mi cintura.

Sin embargo, Ben ni siquiera ha posado sus ojos en mí. Ya no lleva la capa, y ha cambiado su ropa elegante por prendas más parecidas a las nuestras, ajustadas y elásticas.

─¿Estás bien? Te has puesto blanca ─me pregunta mi nuevo amigo mientras trotamos alrededor de la sala.

─Sí, estoy bien ─afirmo, aunque aún me siento mareada─. ¿Sabes qué haremos hoy?

Sigo convencida de que Ben está aquí para matarme o algo por el estilo.

─El general Jones viene una vez a la semana a darnos técnicas de lucha cuerpo a cuerpo.

Trago saliva; va a enseñarme a pelear. Y le voy a ver una vez a la semana. No sé si esa perspectiva me asusta o me da ganas de escupirle a la cara.

Intento alargar el calentamiento tanto como puedo, pero no consigo retrasar lo inevitable. A pesar de que estoy en buena forma, tengo los pulmones ardiendo; si esto ha sido el calentamiento, no quiero pensar en lo que me espera.

Ben nos pone en tres filas; tengo a Hillmight detrás, y delante a un chico humano que apesta a sudor. Toso un poco y trato de respirar por la boca. Escucho la risita del yigyi.

El chico que tengo delante me pasa unos cuantos palos largos de madera. Cojo uno y paso el resto hacia atrás. ¿Acaso pretenden que nos apaleemos hasta matarnos? No me extrañaría, ya que Ben casi logra matarme a mí a puñetazos.

No me atrevo a moverme más de lo necesario, intentando no llamar la atención, pero veo que unas cuantas chicas lanzan risitas tontas y murmuran entre ellas. Verlas casi me hace bufar.

─Dejad espacio ─ordena Ben cuando ni siquiera está todo el mundo listo.

Las filas se expanden.

─Firmes.

Todo el mundo yergue la espalda. El general nos muestra unos pocos movimientos con los que podamos matar a alguien en caso de contar con un palo como única arma y luego nos deja practicar solos un rato, corrigiéndonos la postura.

Yo rezo porque no se detenga a mi lado; la simple idea de haber convivido con una persona capaz de haberme matado con una fregona me da escalofríos. A pesar de mis plegarias, Ben acaba por pararse a nuestro lado y nos observa. Al cabo de unos minutos, me manda parar.

El pulso se me acelera cuando se acerca, y yo me digo que es por el recuerdo de la tortura que me hizo pasar hace apenas unas horas, aunque no estoy demasiado segura.

Él se limita a girarme una muñeca y colocarme los pies antes de decirme que continúe y seguir avanzando. Me quedo un rato sin moverme; noto un cosquilleo en la mano, en el punto donde él me ha tocado. Pero no es un cosquilleo agradable, como las primeras veces, sino más bien de asco.

Orgullosa de haber empezado a pasar página, manejo el palo con más fuerza. Tal vez, esto me sirva para luchar contra Rak-ba desde dentro.

 

A la hora de la comida estoy machacada, después de haberme pasado toda la mañana aprendiendo movimientos de combate e intentando aplicarlos contra mis compañeros, cosa en la que no he tenido mucho éxito. Con diferencia, soy la que más desentrenada estoy.

Por lo menos, la clase me ha servido para descargar tensiones y olvidarme de la causa a la que estoy sirviendo. Además, he conocido a unas pocas chicas que me han caído bien.

Cuando estoy ya en la cola para coger mi bandeja, alguien me agarra por los hombros, haciendo que me ponga en tensión, pero solo es Sullivan. Me relajo e intento no hacer caso de los moratones que siguen adornando su cara. Veo que le sigue Chuck; parece algo más animado.

Les hago un pequeño gesto de despedida a mis compañeras de entrenamiento y me aparto de la fila para esperarles.

─¿Qué tal?

─Nos han puesto a limpiar la sala de control. ¿Te lo puedes creer? Ni siquiera he podido observarlos bien; me he pasado toda la mañana fregando el suelo ─se queja Chuck.

Aunque parece decepcionado, yo lo entiendo perfectamente; mi amigo es un genio de la tecnología, y mi hermano ha pilotado naves espaciales antes. Serían muy tontos si les dejasen participar en algo, ni siquiera si no tuviesen esos conocimientos. De hecho, hasta me sorprende que les hayan metido a trabajar en la sala de control, y entiendo que es una especie de castigo para ellos: estar en su terreno de experiencia sin poder participar en nada.

Me quedo junto a Sullivan mientras Chuck, delante de nosotros, me cuenta algo sobre cables y ordenadores que yo no entendería ni aunque le estuviese escuchando.

Cojo la mano de Sullie y se la aprieto. Para él debe estar resultando tan difícil como para mí, o incluso más; al fin y al cabo, él ha tomado el relevo del abuelo y ha luchado contra Ángela.

Esto me lleva a pensar en algo que dijo mi abuelo el primer día que pasé en su casa, cuando estuvimos en la huerta. Dijo que, durante una expedición en Aunür, alguien la disparó en el pecho. Y yo he tenido a esa mujer delante de mí, completamente viva.

Me mareo, y tengo que agarrarme con fuerza a mi hermano para no caer.

Nunca había escuchado de nadie que tuviese el poder de sanarse a sí mismo, y menos de manera tan impresionante, pero, sea un poder o cualquier otra cosa, no puede ser bueno.

Mis ideas de luchar contra Ángela se esfuman de golpe.

 

Apenas consigo comer una cucharada de arroz recocido y beber un poco de agua; la idea de que Ángela no puede morir sigue rondando mi cabeza.

Cuando Chuck me pregunta, alego que estoy cansada, lo que no es mentira; Ben nos ha dejado machacados.

Después de comer, sigo a las chicas a la habitación; alguien ha dejado una toalla y ropa limpia encima de todas las camas. Además, me han dado un reloj.

Suspiro, aliviada, mientras me ato la correa a la muñeca. Consulto la hora por primera vez en lo que me ha parecido muchísimo tiempo para descubrir que llevo aquí menos de tres días.

Sigo a la gente que sale de la habitación, cargando con sus toallas, hasta un baño común igual al que ya conocía. Parece que aquí nadie tiene pudor; por lo menos, chicos y chicas estamos separados.

Yo me desvisto dentro de la ducha y me sumerjo bajo el agua tibia, con la esperanza de que todo el cansancio se disuelva.

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