Las clases teóricas no son menos agotadoras que las físicas de por la mañana.
Después de tres horas estoy mareada, con la cabeza llena de nombres de armas y de las bases principales de la organización.
Cuando volvemos a la habitación, unos cuantos cadetes se reúnen en un círculo en el suelo a jugar a algo que no conozco. Mothsadra, una de las chicas que conocí durante el entrenamiento, me invita a unirme, pero estoy demasiado cansada como para entender las reglas del juego, así que me siento en una cama cercana a observar. El colchón se hunde un poco cuando alguien se sienta a mi lado; distingo de refilón a Hillmight, pero no me giro para hablar con él, sino que me quedo con la cabeza apoyada en la barra de la litera, con la mirada perdida.
Él me apoya una mano en el hombro y aprieta suavemente.
─¿Estás bien?
Asiento levemente, procurando no llorar. No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien me hizo esa pregunta. Durante todo el día, me ha estado ayudando con los ejercicios y me ha ayudado a entender varias cosas que no sabía por no tener la misma base que él. Sé que intenta de verdad ser mi amigo y que debería estar realmente agradecida, pero no me siento capaz de sentir otra cosa que no sea desdicha y compasión por mí misma.
─Al principio cuesta un poco adaptarse, pero terminarás haciéndolo.
Vuelvo a asentir; no sé si podré fiarme de que la voz no me falle si hablo. No sé cuánto tiempo pasa hasta que Chuck y Sullivan aparecen, pero mis compañeros ya han cambiado de juego después de unas cuantas rondas del anterior.
Hillmight no se ha separado de mí en todo este rato, y me siento mal por él; le he privado de estar con sus amigos unas cuantas horas.
─Gracias por estar conmigo; no hacía falta ─le digo, apretándole la mano.
Él sonríe y se encoge de hombros.
─No es nada.
Me aprieta el hombro y me deja sola para que me pueda reunir con los chicos. Me siento en la cama frente a ellos.
─¿Cómo ha ido? ─pregunto, pero las risas de mis compañeros ahogan mi frase, así que tengo que repetirla.
Ambos se encogen de hombros y hacen un par de comentarios para luego quedarse en silencio. Me preocupa que les hayan hecho algo de nuevo, pero no muestran heridas nuevas, así que deben estar cansados.
Dejo que duerman un rato antes de que nos llamen para la cena.
Creo que yo también me he quedado dormida, porque han pasado un par de horas cuando vuelve a sonar la odiosa campana.
Sigo a la marea, que regresa al comedor. Hecho un vistazo incómodo alrededor, pero no veo a Ben, ni tampoco a Ángela. De hecho, todas las personas que estamos aquí somos los cadetes, las personas que se encargan del control de esta parte de la nave y unos cuantos militares de bajo rango; lo sé por sus uniformes, que estoy empezando a distinguir. Éstos son totalmente negros.
La cena es igual de asquerosa que el resto de comidas, pero tengo tanta hambre que no puedo evitar comerlo todo. Espero que la nave se detenga pronto para reponer víveres para poder comer algo fresco.
Después, nos dejan apenas cinco minutos para asearnos antes de volver a la habitación. Sullivan y Chuck me hacen de pantalla mientras me pongo un pijama negro que alguien ha dejado encima de mi cama; me pregunto si alguna vez me acostumbraré a la falta de privacidad.
Espero poder salir de aquí antes de llegar a hacerlo.
Los siguientes días son iguales; entrenamientos de todo tipo por la mañana, clases teóricas por la tarde. Solo tenemos un día libre a la semana.
Poco a poco me voy acostumbrando a mi nuevo horario; también noto cómo me voy haciendo más fuerte y mis poderes se desarrollan al máximo.
Aquí todos son como yo; el cadete más débil tiene siete habilidades distintas. Dos veces a la semana hacemos duelos o batallas en salas parecidas a las de la Academia, con paredes acolchadas y hologramas que simulan obstáculos. Otro día nos hemos reunido cada uno con un instructor, que habla con nosotros e intenta averiguar si alguno de nosotros esconde más habilidades. Y el sábado nos hemos sentado a organizar nuestra propia batalla campal, lo que ha llegado a resultar hasta divertido.
También me siento bastante más integrada con mis compañeros; todos parecen interesados en cómo era mi vida en la Tierra, tema del que evito hablar demasiado, y me hacen reír continuamente. Incluso me he sentido con la suficiente confianza para lanzar alguna pulla graciosa, aunque inmediatamente me pregunto si no pensarán que estoy acotando las distancias demasiado rápido. Hay momentos en los que incluso llego a olvidarme de para quién estoy trabajando, pero entonces me encuentro con Chuck y Sullie en el comedor y me invade la culpa. En esos momentos, no puedo evitar acordarme de mis amigas y mi familia. Espero que Lianna haya sabido ponerse en contacto con ellos de manera discreta y que haya hablado con Henrie. Eso, suponiendo que siga teniendo familia. Les echo tanto de menos… Daría lo que fuera por volver a la Tierra.
Procuro no pensar en ello; saben cuidarse solos. Además, jamás conseguiré salir de aquí si me paso los días lloriqueando por las esquinas.
Me atrevo a hablar con Hillmight de ello en nuestro día libre. Mi reloj digital, que está sincronizado con la hora en Nueva York, indica que es domingo; aunque parezca increíble, llevo ya dos semanas en esta nave. Estamos solos en la biblioteca, supuestamente preparando un trabajo para la clase del martes, pero ninguno de los dos está muy por la labor.
─Hillmight… ─carraspeo, incómoda; no sé cómo decírselo─. ¿Sabes qué hacemos aquí?
Sorprendentemente, él se ríe.
─Claro. Rak-ba se encarga de recoger a los chicos como nosotros. Hay planetas, como en el mío, en los que tener más de una habilidad es castigado con cadena perpetua, o incluso con la muerte. La organización nos ofrece un futuro. Acepta nuestras rarezas y las potencia para su mejor uso en la sociedad. Lo único que piden a cambio son nuestras fuerzas para conseguir llegar a más gente con problemas.
Asiento y me quedo callada, fingiendo ordenar mis papeles. Yo tengo la ventaja de que mi abuelo y mi hermano han peleado contra Rak-ba, intentando impedir que se expandan por el universo, pero puede que para otras personas sea todo lo que les queda. La verdad, nunca me había planteado lo que sabían o no los demás sobre el asunto.
─¿Sabes qué? Acabo de darme cuenta de que nunca has salido de esta parte de la nave. ¿Quieres dar una vuelta?
La verdad es que no me apetece mucho trabajar, así que me limito a levantarme y seguirle fuera.
Según me explica Hillmight mientras me guía por los pasillos, la nave en sí no existe, sino que está compuesta por siete unidades más pequeñas interconectadas entre sí.
Me acuerdo del modo en el que se separaron el día que me capturaron y asiento levemente, aunque un escalofrío me recorre la espalda; cada una de las naves parecía más grande que el edificio donde viven mis padres, y supongo que cada una de ellas estará equipada para la guerra.
─Cada nave está organizada de la misma manera ─.me explica mientras caminamos─. Las plantas tienen forma circular y no ocupan todo el espacio, sino que en los círculos interiores hay barandillas que dan a la Plaza. Nosotros estamos en la primera planta de la nave número cuatro, y no podemos acceder a algunas partes hasta que hayamos acabado nuestra formación. Según vas ascendiendo en el ejército, puedes llegar a cambiar de nave hasta llegar incluso a la número uno. Ahí es donde van a parar todos los altos cargos. Aunque también puedes dedicarte al pilotaje o mantenimiento de las naves o a la enseñanza de los nuevos cadetes.
Parece que acabar dirigiendo un ejército es un sueño para él.
Mi amigo me lleva por la nave, indicándome puntos de referencia para no perderme por los pasillos idénticos, hasta que salimos de la zona de entrenamiento.
La vista es increíble. Como mi amigo ha descrito, estamos en la parte interior de un círculo perfecto, tan grande que casi no puedo ver el otro extremo. Me asomo a la barandilla. Veo gente de negro caminando de un lado para otro.
─Vamos ─me dice Hillmight mientras me lleva a un ascensor.
Parece increíble encontrarse algo tan normal como un ascensor dentro de una nave espacial.
Bajamos a la planta baja, y al salir del ascensor estoy a punto de ser arrollada por una mujer que ni siquiera me pide perdón.
Hay tanta gente que me da miedo separarme de Hillmight. Él me pasa un brazo por los hombros y me aprieta contra su cuerpo, como si me leyese la mente. Le rodeo la cintura con el brazo izquierdo, agradecida.
Damos una vuelta por la Plaza, que no se diferencia demasiado de la planta de arriba; encontramos las habitaciones del servicio, almacenes de libros y material de entrenamiento y salas de armas. Al lado de una puerta cerrada hay un cartel que indica que estamos ante la sala de control. Por supuesto, es una de las zonas que tenemos prohibidas.
Observo a mi amigo, que ha adoptado una expresión ausente.
─Hemos quedado para usar la sala de tiro de la nave cinco. ¿Te vienes? ─me dice a los pocos minutos.
Supongo que habrá hablado telepáticamente con Mothsadra o con alguno de los telépatas del grupo.
Carraspeo, incómoda.
─Claro.
Jamás he usado un arma de fuego y me horroriza empezar ahora; sin embargo, mi sentido de la orientación es pésimo, y ya he olvidado el camino de regreso a la habitación.
Supongo que podré solo sentarme a mirar, tratando de no imaginarme que los blancos son objetivos reales.
El pasillo que comunica las dos naves es impresionante. Es como la pasarela de embarque de un avión, con ventanas amplias por las que se ve el espacio.
He estado tan ocupada con lo que ha ocurrido dentro de la nave que no se me había ocurrido imaginarme lo que había fuera, y ahora estoy asombrada; ahí fuera todo es negro, y hay muchísimas estrellas. Jamás había visto las estrellas así. De hecho, nunca me había imaginado que algún día viajaría al espacio.
Me parece ver una forma a lo lejos, parecida a un planeta, pero es posible que me lo haya imaginado.
Hillmight tiene paciencia y me deja mirar por la ventana hasta que llego a aburrirme. Cuando reanudamos la marcha, me informa de que estamos cerca de Júpiter. Me sorprende que haya identificado nuestra posición con tan solo ver un trozo de cielo. Él se ríe ante mi expresión de asombro, para después confesarme que es un fanático de la astronomía.
Caminamos, charlando sobre el tema, hasta que llegamos a la Plaza de la nave número cinco. Como mi amigo me ha dicho, la nave tiene la misma disposición que la nuestra.
La Plaza está algo más vacía que la que acabamos de dejar, así que nos resulta más fácil llegar a uno de los ascensores.
La sala de tiro es como las que se ven en las series sobre policías; un sitio acristalado dividido en muchas pistas, con blancos móviles al fondo. El grosor de las paredes no impide escuchar el ruido de los disparos.
A través de los cristales distingo a algunos de mis compañeros, pero también hay chicos que no conozco. Tampoco me había parado a pensar en si seríamos el único grupo de cadetes que estaba entrenando, aunque ahora me parece bastante lógico el que haya más.
Hillmight me abre la puerta. Dentro de la sala, el sonido de los disparos es ensordecedor, y noto que el corazón se me acelera. ¿Cómo será empuñar una pistola?
Me tiemblan las manos cuando me tiende un chaleco antibalas, unas gafas y una bolsita de plástico con tapones de cera para los oídos.
Lo primero que hago es ponérmelos, y me sorprende lo mucho que me aíslan del ruido. Luego me paso el chaleco por la cabeza, pero tiene tantas correas que no soy capaz de ajustármelo, y el temblor de mis manos no ayuda demasiado.
Puedo ver que mi amigo se ríe, pero después de mirarle con una falsa expresión de odio me ayuda. Me hace un gesto para que me quite los tapones.
─¿Es la primera vez? ─me dice al oído; el ruido hace que no podamos hablar de manera normal.
Asiento; estoy demasiado nerviosa como para hablar.
─No tenemos por qué hacerlo, si no quieres.
Miro a los que están practicando; estoy segura de que todos han recibido lecciones de tiro. Incluso Urad, un chico grande de piel olivácea que no es muy hábil en el manejo de armas, es capaz de disparar sin enredarse con la cánula que le permite respirar dentro de la nave. Es muy probable que yo también visite esta sala durante mi horario de clases, y no quiero saber qué me harán si no resulto ser la soldado perfecta. Es mejor que me acostumbre a ello cuanto antes.
─Estoy bien. ¿Cuándo empezamos?
Dos horas y media después, me duelen el cuello y los brazos, pero, increíblemente, estoy muy relajada.
Necesité la ayuda de mis amigos para aprender a empuñar correctamente la pistola y muchas oportunidades para conseguir atravesar el hombro del blanco con forma de muñeco, pero al final lo conseguí.
Me sorprende la cantidad de energía que he descargado haciendo esto; me pregunto si debería sentirme horrible por haberlo disfrutado.
Después de despedirnos del grupo de la nave cinco, de los cuales no recuerdo ningún nombre, nos dirigimos a la nuestra. Voy tan enfrascada en una discusión con Noyka, la chica que Hillmight me presentó el primer día, que ni siquiera la vista del espacio consigue captar mi atención.
Cuando llegamos a la habitación para coger la toalla y la ropa limpia, Chuck y Sullie no están allí. Eso hace que vuelva a sentirme mal; seguramente, ellos no hayan tenido el día libre, y tampoco creo que tengan a nadie aquí con quien divertirse.
Siento que la culpabilidad me oprime el pecho.
─Sky, ¿vienes?
Levanto la cabeza; la habitación ha quedado vacía. Solo la cabeza de Noyka asoma por el marco de la puerta.
Suspiro y la sigo por el pasillo.
Antes de que me dé cuenta, ha sonado la campana de la cena. El día se me ha pasado rapidísimo, y no veo el momento de meterme en la cama; estoy agotada.
Me separo de mis amigos y me uno a Chuck y a Sullivan en la cola por las bandejas; ambos tienen una expresión seria.
─¿Ha pasado algo? ─pregunto, preocupada.
Ninguno me contesta. Por un momento, temo que se hayan enterado de que se hayan enterado de que he estado pasándomelo bien en lugar de preocuparme por ellos o por cómo salir de aquí y que hayan decidido dejar de hablarme.
Sin embargo, Chuck me indica que les siga hacia un extremo de una mesa justo en el centro del comedor; supongo que, con todo el bullicio, a la gente le costará más entender lo que decimos que si estuviésemos en un sitio apartado.
Aun así, Sullie echa una mirada alrededor para asegurarnos de que nadie nos mira antes de inclinarse sobre la mesa y empezar a contarme.
─Nos hemos enterado en la sala de control de que vamos a hacer escala en Júpiter; os harán bajar para una pequeña misión mientras los sirvientes se encargan de reponer víveres y recoger a algunos soldados. Sky, pase lo que pase, quiero que huyas y no vuelvas a subir a esta nave.
Tardo un momento en procesar lo que está diciendo, y después suelto una carcajada tan alta que hace que los que están sentados a nuestro lado dejen de comer para mirarme.
Cuando vuelven a lo suyo, miro a mi hermano. No me puedo creer que haya sugerido eso. Hay un millón de cosas que pueden salir mal en ese plan, pero hay una razón mucho más importante que mi vida para no querer dejar la nave.
─No me pienso ir sin vosotros.
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