Mi reloj dice que estamos a finales de agosto, lo que quiere decir que llevo aquí casi tres meses. En Nueva York, mis hermanos probablemente se hayan reunido para pasar un par de días con mamá y papá antes de ir a visitar a los abuelos durante unos días. Posiblemente hagan un viaje al extranjero o una excursión a la montaña. Me encantaba hacer rutas con mi familia.
Pensar en ellos me crea un nudo en el estómago. ¿Estarán todos bien? ¿Estará preocupados por mí?
Abbie se habrá ido a la playa y Wielia estará de vuelta en su planeta, y probablemente ambas habrán bombardeado mi teléfono y el de Chuck para invitarnos, preguntándose por qué no contestamos.
Pensar que llevo dos meses atrapada, sin noticias de mi familia y mis amigas, me hace sentir triste y agobiada, sobre todo sabiendo que Henrie no ha vuelto a intentar rescatarnos.
Últimamente hemos estado ajetreados; parece que han decidido que volver a darnos algo de trabajo después de la misión de Júpiter no es una mala idea.
La mayoría de mis compañeros parecen haberse olvidado del tiroteo y se entusiasman cuando anuncian que podremos bajarnos en Urano, después saldremos de la galaxia, y tendremos que ayudar en las salas de control.
Una vez pasada la emoción general, mis compañeros se dedican a cotillear sobre personas que no conozco; yo, mientras tanto, me centro en no fallar.
A pesar de todo, sé que Ben no se ha olvidado de todo y sigue sospechando de nosotros. Si fallo puedo acabar muerta, o peor, Sullivan y Chuck podrían estarlo por mi culpa, y Ben no sufriría las consecuencias; es un oficial demasiado importante como para eso.
Nuestra tarea en Urano es muy parecida a la anterior, según nos informan en clase; revisar las cajas de suministros, supervisar su carga y reclutar cadetes.
Cuando nos pasan la lista de los soldados encargados de nuestra vigilancia, se me cae el alma al suelo; Ben es mi pareja.
Me paso nerviosa el resto de la semana. A pesar de que he intentado no llamar la atención, Ben es capaz de todo.
Cada vez que me le cruzo por el pasillo intento desviar la mirada y pasar rápidamente junto a él para no llamar su atención. Me pregunto por qué habrá elegido que yo esté bajo su tutela cuando lleguemos a Urano. Mi mente se llena de posibilidades, cada cual más escabrosa, pero no me atrevo a hablar con nadie de ello; una pequeña parte de mi mente todavía tiene la esperanza de que todo sean conjeturas.
A fin de mes llega la misión, y para entonces llevo tres días prácticamente sin dormir. Nos levantamos antes de lo habitual y regresamos a la agobiante rutina de los voluminosos trajes y las bombonas de oxígeno que pesan casi lo mismo que yo. Aun así, me sorprende lo poco que me cuesta cargar con todo el equipamiento; mi forma física ha mejorado mucho desde que estoy aquí.
Sin embargo, mis nervios son mucho mayores que la primera vez que bajé de la nave. Lanzo miradas de reojo a Ben y, aunque no puedo verle la cara, casi puedo adivinar su expresión ceñuda por debajo del cristal opaco de su casco.
Se repite la misma operación de la última vez; nos dirigimos al hangar, donde embarcamos en una nave pequeña que nos bajará a la superficie del planeta. Mis nervios van en aumento; me tiemblan las manos y siento un cosquillo que significa que estoy hiperventilando.
Contengo la respiración y trato de relajarme, aunque es imposible. Me llevo una mano a la frente para limpiarme el sudor, pero mi mano choca contra el casco.
La misión transcurre con tranquilidad, como cuando bajamos en Júpiter; no hacemos nada más que mirar dentro de las cajas, dar una vuelta por el recinto y hablar con los empleados del lugar. Sin embargo, yo no puedo librarme de una sensación incómoda.
Sigo a Ben por la base de Rak-ba; parece conocer el sitio al dedillo.
─Pasa aquí ─dice mientras abre la puerta de lo que parece otro almacén de material.
No me fío demasiado; ya hemos revisado todo lo que iba a llegar a la nave, y no entiendo por qué quiere que vea un simple almacén.
Asomo un poco la cabeza y distingo una serie de vehículos extraños aparcados a un lado de la pared. Así que es un hangar.
La curiosidad me vence y doy un tímido paso hacia delante. Algunos vehículos se parecen a todoterrenos enormes; una sola rueda es más alta que yo. Otros son planos, sin ruedas y de diversas formas.
Hay tanta variedad que me quedo asombrada.
La puerta del hangar se cierra con un portazo que me sobresalta. Habrá sido una corriente de aire; no me extrañaría no haberla notado bajo la tela gruesa del traje. Lo que me extraña es no escucharla abrirse de nuevo.
Me doy la vuelta; sí, la puerta sigue cerrada, no parece que nadie tenga la intención de abrirla. Intento contener un ramalazo de nervios y arrastro los pies como puedo.
Los guantes me entorpecen mientras cojo el picaporte y lo giro hacia ambos lados, empujando y tirando de la puerta. Paso un rato así hasta que asumo que no es culpa del equipo; Ben me ha dejado encerrada.
Siento que me invade la desesperación y me dejo caer de rodillas. ¿Qué hago? Estoy abandonada en un planeta ajeno sin nada más que una botella de oxígeno que ya va casi por la mitad. Ni comida, ni agua, ni oxígeno.
Tardo unos minutos en tranquilizarme, y sé que mis compañeros siguen aquí, ya que no he escuchado sus voces llamándome por el intercomunicador. O eso, o aquí no llega la señal, o Ben les ha contado alguna mentira para que se vayan sin mí. Destierro esa posibilidad de mi mente y trato de buscar una salida, pero sin éxito; no hay ni una sola puerta en toda la sala. ¿Por dónde narices salen los vehículos?
Cuando llego a mi punto inicial, al borde del ataque de ansiedad, una idea brilla en mi mente, y suelto una risa histérica. Puedo volverme inmaterial; lo he hecho más veces de las que puedo contar para asustar a la gente o pasar a las habitaciones de mis amigas en la Academia. He estado tan nerviosa que no se me ha ocurrido hasta ahora, y me siento una imbécil por no haberlo hecho. No me extraña que Ben no lo supiera cuando en sus entrenamientos solo hemos luchado con armas, no con los poderes.
Atravieso la puerta, aunque me resulta difícil porque tengo que volver inmaterial todo el equipo que llevo, pero al final lo hago. Hay poca luz, pero recuerdo bastante bien el camino por el que me trajo Ben; estaba tan extrañada de que siguiésemos con la visita cuando ya no había nada que ver que me fijé en cualquier cosa que pudiera ser especial.
Cuando salgo a la superficie, por un momento no veo a nadie. Obligándome a conservar la calma, bordeo el edificio en dirección a dónde creo que está la nave, y no tardo en encontrar a mis compañeros, que han hecho grupo.
─¿Dónde estabas? Ben ha llegado hace un rato ─escucho la voz de Hillmight por el intercomunicador.
Sonrío; Ben también ha podido escuchar eso, y me alegra que se haya enterado de que no soy tan inútil como él creía. Casi me puedo imaginar su cara, roja de rabia y con los dientes apretados.
Aunque yo he sido la última en llegar, nos quedamos un rato más vagando por aquí. Parece que los soldados no tienen muchas ganas de irse, y me pregunto por qué; normalmente, nos marchamos en cuanto está todo listo.
Miro a mi alrededor; todo está tranquilo. Los trabajadores de la base han terminado de apilar todos los contenedores, que ya han sido cargados en las naves que los subirán a la Siete Torres, y ahora andan holgazaneando por ahí. No se aprecia más movimiento.
Los soldados gesticulan, pero no escuchamos sus voces; supongo que habrán restringido las comunicaciones para que no oigamos lo que dicen. Tal vez me estoy volviendo loca, pero hay algo que me da mala espina.
─¿Qué está pasando? ─escucho la voz de Mothsadra.
Supongo que, al fin y al cabo, no eran imaginaciones mías.
─Ni idea ─contesto en el mismo tono, como si levantando la voz pudiera provocar alguna desgracia.
Nos miramos entre nosotros; a pesar de los cristales opacos de los cascos, puedo imaginarme las expresiones inquietas de mis amigos.
─¡Chicos! Subid a la nave; nos vamos ─es la soldado Martínez; han vuelto a abrir la comunicación con nosotros.
Resulta difícil distinguir emociones en su voz, dado que nos llega distorsionada por el intercomunicador. Nos dirigimos de vuelta a la nave, aunque yo no dejo de mira hacia atrás. Me doy cuenta de que la mayoría de mis compañeros e incluso alguno de los soldados también lo hace. Intento no ponerme nerviosa, pero el corazón se me acelera.
Llegamos a la nave sin ningún incidente. Mientras el pequeño vehículo sube hacia la nave nodriza, yo me aprieto las rodillas con las manos, en tensión.
Para cuando llegamos al hangar de la nave, ya tengo la cabeza como un bombo. Mis compañeros murmuran mientras recorremos los pasillos hasta la nave cinco, pero yo no soy capaz de escucharles por encima del sonoro golpeteo de la sangre dentro de mi cabeza. No soy consciente del trayecto hasta la habitación, sólo que de repente estoy tumbada en mi cama. Me doy cuenta de que Hillmight me mira con preocupación desde la litera de al lado, y le sonrío de una manera que espero resulte tranquilizadora.
Sin embargo, él me conoce demasiado bien como para creérselo.
─¿Qué crees que pasa?
Suspiro profundamente. Me encantaría que fuese Henrie, que ha conseguido seguirnos la pista y va a intentar rescatarnos de nuevo. Sin embargo, otra parte de mí espera que mi hermano no sea tan tonto como para arriesgarse otra vez de esa manera.
Además, seguro que a estas alturas ya lo habría intentado; es más fácil atacar a una nave pequeña cargada de estudiantes que a nada menos que la Siete Torres. Aun así, el nerviosismo de los soldados…
─No lo sé ─digo, y no miento. Mi mente ahora es un completo barullo de pensamientos y posibilidades.
Mi amigo también suspira y se tumba a mi lado; me aparto para hacerle un hueco y me hago un ovillo junto a él. Jamás había tenido la confianza suficiente con un chico para estar así con él… salvo con Chuck, que justo aparece por la puerta en este momento, seguido por Sullivan.
Chuck frunce el ceño en cuanto nos ve a Hillmight y a mí juntos y se da la vuelta, fingiendo desatarse las botas con el pie apoyado en su cama. Incluso desde aquí, puedo apreciar que le tiemblan las manos. Me incorporo, sorprendida. ¿Está celoso? Chuck nunca se ha mostrado enfadado cuando me ha visto con otra gente; aunque, a decir verdad, nunca he estado con otra gente más que con mi familia, Abbie y Wielia.
Le hago un gesto de disculpa a Hillmight y me levanto de la cama para dirigirme a él; me duele verle así conmigo. Le toco el brazo con delicadeza, pero él se aparta bruscamente. Eso me pone furiosa; ¿es que no tengo derecho a hacer amigos, incluso en estas circunstancias? Aun así, me esfuerzo para que mi voz suene calmada.
─¿Estás bien?
─Claro que no estoy bien ─dice, y me hace un gesto con la cabeza señalando el exterior del cuarto.
Le sigo a fuera, pasando junto a mi hermano, que parece preocupado cuando nos ve salir. Al menos, él no está enfadado: no sé qué haría si tuviese que afrontar que las únicas dos personas en las que puedo confiar con totalidad dentro de esta nave me odiasen.
Abro la boca para decir algo, pero Chuck me interrumpe antes de que pueda hacerlo:
─¿Se puede saber qué te pasa?
Me quedo un rato en silencio.
─¿Cómo?
Él parece exasperado, como si me hubiese hecho la pregunta más simple del mundo.
─Tu hermano y yo hemos estado aquí dos meses, al igual que tú. Me han torturado durante meses para saber dónde encontrarte, y Sullivan también ha sufrido por ti. Hemos estado trabajando en la nave, intentando recabar toda la información que podíamos para ti, y parece que tú no has sido capaz ni siquiera de hacernos caso. Déjalo ─dice cuando intento rebatir sus argumentos─. Supongo que estabas demasiado ocupada con tus prácticas de tiro y haciendo excursiones con tu amiguito.
─Chuck… ─digo, pero él ya entrado en la habitación.
Me gustaría decirle que no es así, que yo siempre he estado con ellos, pero repaso las últimas semanas y me doy cuenta de que tiene razón; últimamente no he hecho más que salir con los demás cadetes, y apenas he tenido tiempo para ellos.
Noto que los ojos me escuecen a causa de las lágrimas que intento reprimir; acabo de perder de un plumazo a mi hermano y a mi mejor amigo.
No noto la presencia de Sullivan a mi lado hasta que él posa una mano sobre mi rodilla.
─¿Tú también vienes a gritarme? Tranquilo, hazlo; tenéis razón.
Él suspira.
─Entiendo la frustración de Chuck. Pero también te entiendo a ti; de no haberte adaptado, posiblemente los tres estaríamos muertos.
Levanto la cabeza y le miro. ¿Acaba de decir que me comprende? No puedo más y empiezo a llorar, abrazándome a mi hermano, aún sentados en el suelo.
No he dejado de llorar cuando, de pronto, el suelo de la nave vibra con fuerza, seguido de un sonido parecido al de una bomba y muchos gritos.
¿Te gustó este post?
Haz click en las estrellas para votar
Promedio / 5. Votos: