La séptima. Capítulo 7.

No conozco Greenport demasiado bien; de pequeños, mi familia controlaba nuestras salidas y entradas de casa. Supongo que no querían que llamásemos la atención haciendo algo imprudente con nuestros poderes.

Qué ironía.

Ben nos lleva a un bar cutre que huele a humo de cigarrillos y a algo rancio. Un grupo de ancianos se ha sentado en una esquina a comentar los titulares de los periódicos y jugar al póker, y hay un grupo de niños que corren en el patio interior.

El camarero nos toma nota; yo pido una cerveza. En la Academia no nos dan ningún tipo de alcohol, y cuando salgo por la ciudad tampoco suelo pedirlo. Las únicas veces que he bebido ha sido con mis hermanos, y me he sentido… no sé, distinta. Como si pudiera dejar de lado mi vida de perfecta estudiante y chica tímida y convertirme en otra. Nunca he tomado más de una cerveza, pero es una especie de acto desafiante.

No sé si volveré a tener la oportunidad de sentirme así.

Sonrío con tristeza mientras le doy un sorbo al botellín. Mi madre me diría que soy una melodramática, y tal vez lo sea.

Ben y Sullie hablan de la supuesta empresa de la que me habló Ben en nuestro viaje en autobús; mi hermano parece tan cómodo que es como si llevara en ello toda su vida.

Yo miro a mi alrededor. La vida de estas personas es tan distinta a la mía…

Pronto, los dos empiezan a interesarse por mi vida. Sullie quiere saber si Marq sigue como siempre, y si la señora Palme sigue impartiendo protocolos de seguridad en el espacio, a pesar de que es más mayor que todos los estudiantes juntos.

Ben, que ha estudiado en Arizona, parece bastante interesado en nuestro método de estudio; al parecer, allí estudian en un sitio apartado, y hacen batallas mágicas en el exterior. Me gustaría haber vivido eso.

Él también nos cuenta alguna anécdota de su familia y de su colegio; resulta que es un chico hablador y divertido. Eso me gusta, y mucho.

Muchos chicos de la Academia no reparan en mí más que para pedirme apuntes, y a veces ni eso, pero Ben realmente parece tenerme en cuenta.

 

No tardamos demasiado en dejar el bar. Damos una vuelta breve por el pueblo y luego nos vamos a casa; según los chicos, sigo corriendo peligro. Nunca se sabe quién puede traicionar a uno.

En cuanto llegamos a casa, retomo la rutina de dar vueltas y acurrucarme en el sofá. Llevo aquí dos días, pero siento una sensación de agobio; me asfixio dentro de casa, y tampoco puedo salir por miedo a que alguien me vea. La abuela nota que me pasa algo y no deja de preguntarme constantemente si me encuentro bien o si quiero comer algo; en esta casa, todo se ha solucionado siempre con un poco de chocolate o unos huevos fritos.

La tarde pasa lentamente, como si cada minuto durase una hora entera. Decido irme a la  cama justo después de cenar; así se acabará antes el día.

Me quedo tumbada en mi colchón, observando el techo inclinado de la buhardilla. Estoy atravesando otra de mis fases apáticas; no me apetece dormir ni leer, ni siquiera levantarme cuando escucho risas en el pasillo.

Cuento los granitos de gotelé del techo hasta que consigo quedarme dormida.

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando Ben me despierta. Sigue siendo de día, aunque ya está atardeciendo. La luz del sol y la de la bombilla me deslumbran. Esta noche no he tenido pesadillas.

Estoy lo suficientemente dormida como para no ser capaz de preguntar qué está pasando.

─Prepara algo de ropa. Te esperamos abajo en cinco minutos ─dice Ben. Su voz suena tensa.

Algo más espabilada, bajo los pies al suelo. Saco mi mochila de debajo de la cama y me dirijo al armario. La única razón por la que tengamos que huir así de rápido es que la Siete Torres esté más cerca de lo que los chicos creían. Siento una oleada de miedo recorriéndome el cuerpo, empezando por las manos. No pueden habernos descubierto ya. No pueden. Es como si mi pequeña burbuja de seguridad se hubiese reventado de golpe. Casi prefiero volver a sentirme encerrada.

Meto montones de ropa en la mochila, casi sin fijarme en si es mía o alguien la dejó olvidada aquí. Cuando el armario está casi vacío, cierro la bolsa y bajo corriendo las escaleras.

Escucho en la sala de estar el característico ruido del aparato de comunicación de Sullie, que está en funcionamiento. Escucho a Ben traquetear en la cocina.

La puerta de la sala de estar está entreabierta, así que la empujo. Hay una mesa enorme en el centro de la sala; de niña la utilizaba para dibujar o para bailar encima cuando nadie me veía, pero ahora está llena de cachivaches de todos tipos que yo no entiendo. Mi hermano está despeinado, con las manos apoyadas en la mesa y la mirada baja. Parece desesperado. Se ha vestido a toda prisa, lleva la camisa mal abotonada y va descalzo. Me tenso enseguida; Sullie es una de las personas más tranquilas y frías que conozco, no suele dejarse llevar por el estrés.

─¿Sullivan? ¿Qué pasa?

Él levanta la cabeza y me mira. Tiene ojeras y la mandíbula tensa.

─Henrie ha recalculado la posición de la nave de Rak-ba. Estaban en la órbita de Marte; al parecer llevan días allí, esperando, pero cree que ya empiezan a moverse hacia aquí. Tenemos que irnos.

La confirmación de mis pensamientos hace que sea incapaz de reaccionar. Me quedo mirándole, con la boca abierta. Él me señala con la mano un ordenador portátil encendido que hay sobre un sillón, el único objeto normal que hay en la sala.

─Saca tres billetes de avión a El Cairo, ¿quieres?

Me siento en el sillón y empiezo a teclear.

─¿Por qué vamos a El Cairo?

─Tengo algunos contactos de mi antiguo trabajo que pueden echarnos una mano. Lianna puede acogernos unos días en su casa.

Asiento y reservo tres asientos del vuelo más próximo; salimos del aeropuerto de Nueva York a las cuatro y media de la mañana. Ahora que estoy más despierta, no puedo evitar pensar detenidamente. Si alguien ha avisado de que me he escapado de la Academia, tiene que ser alguien de mi círculo más cercano. Chuck me ayudó a escapar, así que queda inmediatamente descartado. Abbie y Wielia son mis mejores amigas desde hace casi diez años, así que ellas también, y no tengo más amigos en la escuela. Mi familia queda eliminada por razones obvias. La cabeza me empieza a dar vueltas mientras mi mente trabaja, intentando averiguar algo para llegar siempre al mismo punto muerto. Solo espero que no sepan en qué parte del país estoy, ni a dónde me voy a mover.

Ben se asoma por la puerta.

─Ya está toda la comida. Vete a preparar tus cosas, yo te relevo ─le dice a Sullivan, y él no protesta.

El chico manipula los aparatos que están encima de la mesa.

─¿Nos han encontrado?

─No tengo ni idea; si alguien les está pasando información, es probable que sepan que has huido, pero no tienen por qué saber dónde estás. Hazme un favor, carga las mochilas en la furgoneta y despierta a tu abuelo.

Su tono imperativo hace que me entren ganas de revelarme, pero es mejor hacer algo útil que estar aquí sentada, haciendo preguntas sin respuesta.

Ben ha dejado una enorme bolsa negra que pesa muchísimo en el pasillo, y tardo un buen rato en llevarla hasta el coche. Cuando termino, estoy sudando y me duele la espalda.

Subo corriendo a la habitación de los abuelos, cruzándome con Sullie por el camino. Va igual de cargado que Ben. Va tan centrado en sus pensamientos que ni siquiera parece verme.

Me dirijo instintivamente hacia la puerta del fondo del pasillo de la primera planta y paso sin llamar para no despertar a la abuela. No me cuesta mucho esfuerzo despertar al abuelo; siempre ha tenido el sueño ligero.

En menos de cinco minutos, los cuatro estamos reunidos en la cocina.

─¿Cómo puede haber pasado? ─murmura el abuelo para sí. Aun en pijama y medio dormido, su aspecto es tan serio que da miedo.

Ben y Sullie se han ocupado de ponerle al día.

─No lo sabemos; sólo espero que piensen que Sky sigue en Estados Unidos cuando lleguen ─responde mi hermano. Le tiemblan las manos.

Ver a mi hermano así de nervioso, cuando normalmente es el más tranquilo de los siete, hace que se me erice el vello de los brazos.

─Deberíamos ir saliendo ─dice Ben, consultando el reloj. Él también parece alterado, pero lo sabe disimular.

El abuelo nos abraza a los tres, pero a mí me estrecha durante un tiempo más largo.

─Tened cuidado.

Sé lo que significa esto. Alejarme de esta casa y coger un avión es dejar atrás el último vestigio de familiaridad que me quedaba en el país. Significa dejar el último lugar en el que sentía que estaba segura.

─Cuídate, abuelo ─dice Sullie─. Si vienen a por ti, no nos has visto.

Él no dice nada, ni siquiera asiente. Sé que él preferiría salvarnos a nosotros antes que a él mismo. La preocupación por los abuelos se suma a todo lo demás.

Terminamos de cargarlo todo en la vieja furgoneta de Ben, que se apresura a arrancar y conducir al aeropuerto. Nadie habla, ni siquiera llevamos la radio puesta.

Me acomodo en el asiento de atrás y consigo dormirme.

 

Me despierto cuando dejo de escuchar el ruido del motor. Tengo el cuello tenso, así que me hago un masaje rápido con las manos. Descargamos las bolsas y nos dirigimos a la terminal; Ben ha conseguido aparcar sospechosamente cerca de la puerta de entrada, seguramente usando sus poderes. Caigo en la cuenta de que no sé cuál es su habilidad, y anoto mentalmente preguntárselo más tarde.

Buscamos el número de vuelo, presentamos los billetes en el mostrador y nos sentamos a esperar. Esto es lo peor de los viajes en avión; esperar. No hemos facturado las mochilas; Sullie tiene miedo de que descubran los fondos mágicos de las bolsas en caso de un posible registro. Tengo la horrible sensación de unos ojos fijos en mi nuca, pero cada vez que giro la cabeza no veo a nadie. Cada vez que escucho una voz salir de los megáfonos para anunciar un vuelo, pego un brinco; no me extrañaría nada que dentro de nada diesen la voz de alarma por una nave espacial en el cielo.

Nos sentamos en las sillas de plástico naranja. No hay mucho movimiento a estas horas.

Sullivan comprueba que no hay nadie a nuestro alrededor y saca el portátil. Miro por encima de su hombro; ha sacado un mapa del universo. Es más grande de los que tienen los humanos en los libros de texto, que se reducen a nuestro sistema solar y un par de galaxias más, aún sin explorar. Nosotros tampoco las conocemos todas, pero sí sabemos más del espacio que ellos.

─Si alguien de la Academia está pasando información a la Siete Torres, en Rak-ba seguirán pensando que estás en Nueva York, pero nos encargaremos de desviar tu pista hacia otro país para cuando averigüen que has huido. Hemos valorado la opción de subirnos a una nave; así, cuando ellos lleguen a la Tierra, nosotros nos estaremos alejando. Esperamos no tener que hacerlo, pero Henrie se ha puesto en contacto con algunas personas de confianza por si acaso. Los padres de tu amigo Chuck se han ofrecido a esconderte en ese caso.

Se me hace un nudo en la garganta al pensar en Chuck y en su familia. Saco el móvil de la mochila; no tengo ni una llamada suya, y me planteo llamarle yo. Sin embargo, no lo hago; sé que esperará a que se calmen las cosas antes  de arriesgarse. Pero le echo de menos, y a Abbie y Wielia. No quiero pensar en que no voy a volver a verlas.

Parpadeo para contener las lágrimas. Sullie debe notarlo, porque me pasa un brazo por los hombros y me aprieta contra él.

─Estarás bien.

Suspiro; no estoy segura de que vuelva a estar bien.

─Voy a coger algo de comer antes de embarcar ─comenta Ben─. ¿Queréis algo?

Yo niego con la cabeza, pero Sullivan le pide café para los dos. Esperamos durante un rato que parece eterno. Llegan dos vuelos, desde Japón y desde España, antes de que Ben vuelva. Lleva uno de esos chismes de cartón que sirven para llevar varios vasos a la vez y una bolsa de plástico llena.

Pone los cafés en la mesa baja  del medio y se pone a rebuscar en las bolsas. Me tiende algo; cuando lo cojo, veo que es un paquete de las galletas que compartimos en el viaje desde Nueva York. Le miro y le sonrío. Él me guiña un ojo, y no puedo evitar ponerme roja. No sé por qué se me acelera el corazón.

Me acomodo mejor en la silla y me dispongo a pasar las próximas tres horas.

 

Nos cuesta varios paseos para estirar las piernas y acabar la bolsa de comida, pero nos llaman para embarcar algo más de media hora antes de que salga el vuelo.

El avión no va demasiado lleno, así que nos dejan poner las bolsas en otro asiento; las de los chicos son tan grandes que no caben en el portaequipajes. Los miembros de la tripulación nos miran con algo de miedo, como imaginándose todo lo que podamos llevar encima.

Me sientan en el medio de los dos, y yo me hago un ovillo en el asiento. Siento como si los últimos tres días se abalanzasen de golpe sobre mí, y tengo un nudo en la garganta. Es como si ésta fuera la primera vez que soy consciente de todo. Sigo notando un par de ojos fijos en mi nuca, y me contengo para no levantarme y observar a todos los pasajeros. Un escalofrío me recorre la espalda, y me envuelvo mejor en mi sudadera.

Ben me coge la mano y me acaricia el dorso con el pulgar, haciendo círculos. Un ligero cosquilleo me recorre el brazo hasta el hombro, y me ruborizo otra vez. No sé por qué Ben me provoca esto, y tampoco sé cómo sentirme. Me gusta, pero me pone nerviosa a la vez. ¿Me estaré enamorando? Desecho ese pensamiento enseguida. Le han asignado protegerme, y eso es lo que está haciendo ahora. Además, ya tengo bastantes problemas como para preocuparme de si me gusta o no.

 

El vuelo dura mucho tiempo. El piloto nos informa del tiempo, de la diferencia horaria y de los protocolos de seguridad. Nunca he escuchado ese tipo de advertencias, pero en este momento no me pierdo detalle. Como si saber colocarme el chaleco pudiera salvarme de todo este lío.

Me paso el viaje dormitando, viendo películas cutres en la pantallita y jugando a las cartas con Ben y Sullie. Cada vez que Ben me mira no puedo evitar una sonrisilla.

Cuando me quiero dar cuenta, estamos aterrizando y yo llevo horas sin levantarme del minúsculo asiento del avión. Salimos de los primeros para descubrir que aquí es de noche. En Nueva York deben ser casi las tres de la tarde.

Nos camuflamos entre los turistas. Salimos de la sala de recogida de maletas para ver a un montón de gente esperando. Algunos llevan papeles o cartones doblados con nombres apuntados.

Veo a mi hermana inmediatamente. Tiene el pelo largo y negro atado en una coleta, y sus ojos azules recorren el espacio. Es la hermana melliza de Cristal, pero el color de pelo y de los ojos es en lo único en lo que se parecen.

Lianna es alta y con curvas y tiene la piel tostada por el sol, mientras que Cristal es algo más bajita que yo y es de complexión pequeña. En este momento, Lianna no parece una brillante profesora de Historia del Antiguo Egipto de la Universidad; lleva pantalones ajustados negros, una camiseta de tirantes de color verde militar y botas desgastadas con los cordones sin atar. Es casi como si se fuera de misión.

Nos ve enseguida y corre a abrazarme.

─Oh, por Dios. Sullie me lo contó, pero no le creí. ¿Estás bien?

La siento temblar.

─Sí, eh, estoy bien.

Lianna me suelta y abraza a Sullivan. Luego le da la mano a Ben.

─Ya estamos todos, supongo. Venid, tengo el coche aquí cerca.

 

“Aquí cerca” ha resultado significar recorrer el parking del aeropuerto de punta a punta.

Estoy agotada y tengo frío, pero no me quejo. Ben y yo nos sentamos en la parte de atrás del coche de Lianna, y Sullie en el asiento del copiloto. Lianna pone la música y empieza a hablar con mi hermano en susurros, así que no escucho nada de su conversación.

Un escalofrío me recorre la espalda y me froto los brazos. Ben me pasa un brazo por detrás y me atrae hacia él hasta que tengo la cabeza apoyada en su hombro. Después me frota el brazo con la mano para calentarme. Agradezco que esté oscuro; noto que tengo la cara encendida, y el corazón me late muy rápido.

Lianna conduce a toda velocidad, saltándose varios semáforos por el camino y cogiendo las curvas a toda velocidad, haciendo que se me revuelva el estómago. Cierro los ojos y me acurruco contra Ben.

Sé que no debo hacerme ilusiones con mi protector, pero es como si esa atracción que siento hacia él no me dejara escapar. Jamás he tenido novio, así que no sé si el cosquilleo que siento significa algo o no.

Las ruedas del todoterreno de mi hermana chirrían en el asfalto cuando nos detenemos. Deduzco que ya hemos llegado a su casa. Bajo del coche, todavía algo revuelta, y dedico un par de minutos a respirar hondo con los ojos cerrados. Aún sigo notando las piernas algo entumecidas por el largo viaje en avión, y me cuesta ponerme a caminar.

Sacamos todas las mochilas y nos metemos en el pequeño ascensor, algo apretujados. Estoy tan cansada que por un momento me quedo traspuesta sobre el hombro de Sullie.

El trayecto en ascensor se me hace horrorosamente largo. Por fin, las puertas se abren y entramos rápidamente a casa de Lianna.

A pesar de que no conozco su apartamento, en este momento no despierta ni la más mínima curiosidad en mí. Sí sé que es pequeño, ya que Ben se ofrece a dormir en el sofá y Sullivan y yo tenemos que dormir juntos.

Me pongo el pijama de manera casi inconsciente, sin ni siquiera sentir vergüenza porque mi hermano me vea cambiándome de ropa, y me echo en la cama, algo más pequeña que una de matrimonio. En cuanto mi cabeza toca la almohada, parece que el miedo y la tensión que he tenido hasta ahora reaparecen de golpe. Ni siquiera soy capaz de pensar en dormir.

Me quedo echada de lado, mirando el cielo por las ventanas que ocupan por completo una pared de la habitación. A mi lado escucho la respiración pausada de Sullie; él ya está dormido. Yo soy incapaz de hacerlo, así que me quedo contemplando el cielo hasta que salen las primeras estrellas.

 

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