No sé en qué momento de la noche me quedé dormida, pero cuando me despierto es de día y Sullie ya no está en la cama. Me estiro y bostezo.
Esta vez no me imagino en casa de mamá y papá, ni me niego a creer que estoy en peligro. Sé que todo esto es demasiado real. Sin embargo, no estoy angustiada, no sé si es por el sueño o por el hecho de que me siento más segura en un lugar donde no sospecho de nadie.
Recorro el pasillo, descalza y aún medio dormida. La puerta del cuarto de Lianna está abierta y no se ve a nadie dentro, aunque veo varias prendas de ropa tiradas por el suelo y la cama deshecha. El orden no está muy en boga en mi familia.
En la pequeña cocina me encuentro a Ben. Parece que ha estado haciendo deporte, ya que lleva ropa ajustada y está sudando. La camiseta le marca el pecho y se ajusta a sus caderas. Aparto la vista, algo nerviosa.
─Buenos días ─dice con su sonrisa característica mientras se sirve un vaso de agua fría.
Murmuro un saludo. Abro todas las alacenas que veo, buscando café, pero solo encuentro millones de cajas de distintos tés. Bufo; no me gusta el té, y por las mañanas no soy persona hasta que me tomo un café bien cargado.
Al final, me acabo sirviendo un bol de leche con cereales integrales y me siento a comerlo con parsimonia.
─¿Dónde están mis hermanos? ─pregunto entre bocado y bocado. Me siento un poco estúpida por haber hecho una pregunta tan simple, pero es lo primero que se me ha ocurrido. Ben hace que me olvide hasta de mi nombre.
─Lianna se ha ido al trabajo, y Sullivan había quedado con uno de sus antiguos colegas del trabajo.
─Ah.
Nos quedamos un rato en silencio. Me sudan las manos.
─¿Quieres hacer algo hoy? ─me pregunta.
Me quedo pensándolo un momento. La Siete Torres está mucho más cerca de lo que pensábamos en un principio, y Rak-ba piensa que sigo en algún lugar de Estados Unidos. No quiero fastidiar todo por lo que Ben y Sullie han trabajado dejándome ver por Egipto, sin saber quién puede ser un espía dispuesto a traicionarme.
Además, no quiero meter la pata delante de él; seguro que digo algo que me haga parecer torpe o infantil.
Sin embargo, recuerdo el agobio que sentí encerrada en casa de los abuelos. No puedo quedarme encerrada en un piso minúsculo durante tiempo indefinido.
─De acuerdo.
Los dos nos duchamos. Por la ventana abierta del baño entra un calor horrible.
Cuando llego a mi habitación, envuelta en una toalla, tengo unos vaqueros, una camisa de media manga sin formas, un velo y unas enormes gafas de sol encima de la cama. Me resigno y me visto, pero dejo las gafas donde estaban. Ya es bastante exagerado el velo. Justo cuando voy a salir al pasillo, Ben llama a la puerta de mi habitación.
─Estás perfecta. ¿Y las gafas?
─No me gustan ─contesto a la defensiva.
Él me agarra por los hombros, y vuelvo a notar el cosquilleo. Empiezo a acostumbrarme a él.
─Sky, es parte de tu disfraz. No podemos arriesgarnos.
─Me tapan más de media cara; llamaría más la atención con ellas puestas.
Ben suspira, pero parece pensar en mi planteamiento.
─De acuerdo, no te las pongas. Pero guárdatelas en un bolsillo, por si acaso.
Asiento.
Nos metemos en el ascensor, y mientras bajamos nos mantenemos en silencio. La verdad, no sé de qué hablar con él.
─He visto una heladería que parece buena. Podemos ir allí ─sugiere Ben cuando llegamos a la calle.
─Vale ─.digo, a pesar de que acabo de desayunar.
El calor nos golpea con fuerza, y las calles están llenas de coches. Ben y yo caminamos juntos, comentando todo lo que vemos a nuestro alrededor. Sería una visita preciosa si no fuera por las circunstancias.
La heladería de la que hablaba Ben está solo a un par de calles de distancia, pero estoy sudando cuando llegamos. El ambiente del local es agradablemente fresco en comparación con el exterior.
El programa de idiomas de la Tierra en la Academia resulta ser más bueno de lo que parecía, así que le traduzco a Ben la carta, escrita en árabe, mientras la fila va avanzando.
─Eres increíble ─me dice cuando termino─. ¿Cuántos idiomas hablas?
Sé que me he puesto roja hasta la raíz del pelo.
─Eeeh, siete.
─Wow.
Llegamos a la barra, lo que me libra de contestar. Pido por los dos y decidimos comer en la calle, continuando con el paseo.
Cuando salimos de la heladería, Ben me pasa un brazo por encima de los hombros. Lo hace como si nada, pero su mano, apoyada sobre mi hombro, hace que el brazo entero se me duerma por el cosquilleo. ¿Sentirá él lo mismo? Seguramente no. Al fin y al cabo soy más joven que él, y estoy en el punto de mira de una organización temida en todo el universo. Desde luego, no soy el mejor partido.
Seguimos paseando, hablando de todo. Me voy relajando y acabo por juntarme algo más a él. No dice nada, sino que aprieta ligeramente los dedos en torno a mi hombro. Mi corazón se acelera. Me siento tan a gusto con él…
Terminamos sentados en un parque, a la sombra de un árbol. El brazo de Ben sigue alrededor de mí. Suspiro profundamente; la hierba debajo de mí está fresca, y se agradece estar a la sombra. Veo de refilón un punto que se mueve hacia mí; una avispa.
Grito y me voy hacia el lado contrario, empujando a Ben y tirándole al suelo. No me gustan las avispas desde que me picó una a los cinco años y me detectaron alergia. Estuve tres días con media cara hinchada, sin poder casi abrir el ojo y la boca.
Cuando me quiero dar cuenta estoy tumbada boca abajo en el suelo, prácticamente encima de Ben. Su mano ha pasado de mi hombro a mi cintura. Sus pecas parecen más grandes desde cerca, y le veo las motitas pardas de los ojos.
Me quedo en blanco unos segundos; soy incapaz de mover un solo músculo, y no me acuerdo de respirar. Me obligo a reaccionar y me incorporo.
─Perdona ─me apresuro a decir, roja y muerta de la vergüenza. Desde luego, soy una torpe para las relaciones sociales; no hay nada mejor que parecer una niña tonta que se asusta con una avispa. Carraspeo─. Alergia.
Él también se sienta. Yo me quedo mirando al frente, pero percibo que él me está mirando. Me froto la cara con las manos; estoy ardiendo.
Por fin me decido a mirarle. Su expresión es seria, pero no en el mal sentido de la palabra. Parece… pensativo. Y está demasiado cerca.
─Sky… ─me gusta cómo suena mi nombre en sus labios, pero desecho el pensamiento enseguida─ No sé cómo decir esto, pero… creo que estoy empezando a sentir algo por ti.
Todas mis fuerzas me abandonan de golpe. ¿Cómo? Empiezo a entender la expresión de las mariposas en el estómago mientras la cara de Ben se va acercando a la mía. Yo me quedo quieta. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Tengo que responderle al cumplido?
Siento el corazón a punto de salírseme por la boca.
Los labios de él rozan con suavidad los míos, noto sus dedos acariciando mi mejilla. Se aparta rápido, aunque sigo sintiendo su aliento en mi cara de lo cerca que estamos. Nuestras frentes están apoyadas la una en la otra. Sin pensarlo, me inclino sobre él y le beso.
Su boca es firme y se mueve despacio. Sin darme cuenta he cerrado el puño en torno a la parte baja de su camiseta. Puedo percibir el olor a su espuma de afeitar y algo de sudor.
Me aferro con fuerza a los detalles del beso. Mi primer beso.
Dura menos de lo que a mí me gustaría.
─Vaya ─dice él cuando se separa.
Sí, vaya es definitivamente la palabra.
Volvemos despacio al apartamento, haciéndonos ojitos como dos niños. También hay muchos besos.
Mi yo que sigue en el suelo me recuerda que estoy en peligro y que, si no tengo cuidado, seguramente me atrapen. También me pregunta cuándo me he vuelto una de esas chicas de enamoramiento fácil, cuando nunca lo he sido.
Hago callar a la Sky realista y sigo en mi pequeña nube. Ni siquiera sé cuánto tiempo hemos pasado fuera.
Soltamos el abrazo antes de bajar del ascensor, aunque nuestras manos se rozan de vez en cuando. Ben mete la llave y abre la puerta, pero prefería haberme quedado fuera.
─¿Dónde narices habéis estado?
Los dos nos quedamos helados. Sullie está plantado en medio del salón, con los brazos cruzados. Está furioso como nunca le había visto, aunque su actitud también deja ver cierta preocupación.
─Pensaba que os habían cogido. Deberíais haber avisado antes de pasar toda la mañana fuera. ¿Sabéis lo peligroso que es todo ésto? ─su tono de voz asusta de verdad.
Retrocedo un paso de manera inconsciente. Jamás he visto a mi hermano así.
─Tu hermana está igual de bien protegida contigo que conmigo, Sullivan ─responde Ben secamente.
─Sullie, relájate ─dice Lianna desde el sofá─. Lo importante es que están bien.
Él se frota la cara y se pone a dar vueltas por el salón. Le lanzo una mirada agradecida a mi hermana, pero ella no me mira.
─Lo siento. Pero todo es tan… tenso. Lo último que quiero es que os pase algo.
─Perdona ─consigo decir, y mi voz sale mucho menos firme de lo que pensaba.
Mi hermano me da un beso en la mejilla y me dice que no pasa nada, aunque sigo viendo la preocupación en su rostro.
─Voy a hacer la comida ─anuncia Lianna, que aún no se ha quitado la americana roja con el escudo de la universidad.
Esa frase parece ser lo que nos devuelve a la vida normal. Sullivan va a la cocina con mi hermana, y Ben y yo nos sentamos en el sofá.
─Siento haberte metido en un lío ─le digo en un susurro.
Él me coge una mano y con la otra me levanta la cara. Sus dedos son largos y cálidos. Apoya su frente contra la mía y me mira con dulzura.
─En absoluto.
Quiero que me bese de nuevo, pero no lo hace. Tal vez sea lo mejor; no quiero pensar en lo que dirían mis hermanos si me sorprendieran besándome con él. Sullie es tan protector que me dejaría en manos de Rak-ba solo para alejarme de él.
─¿Sabes? ─digo, intentando alejar esos pensamientos de mi cabeza─. Siento como si te conociera y no al mismo tiempo. Es decir, sé cómo eres, pero no sé cuándo es tu cumpleaños, ni tu color favorito…
─Poco a poco ─dice, guiñándome un ojo.
En la cocina se rompe algo de cristal y nos separamos.
Ben se levanta y va a la cocina para intentar ayudar; yo me quedo sentada en el sofá. Estoy algo mareada.
Poco tiempo después, Lianna me llama a comer. Camino a la cocina como una especie de zombi. En la mesa estamos todos tan apretados que nos molestamos continuamente.
Paso el resto de la tarde dando vueltas por casa. Sullie se ha vuelto a ir, y Ben con él. Me fastidia que ellos no tengan que darme explicaciones de a dónde van, mientras que controlan cada paso que doy incluso dentro de casa.
Lianna se ha ido a un seminario con sus alumnos de la facultad, y dijo que después se quedaría investigando en la biblioteca; su puesto de profesora de Historia Antigua es una tapadera. Lo que de verdad le interesa es encontrar indicios de magia en las civilizaciones primitivas. De momento no ha descubierto nada relevante salvo referencias a chamanes y diferentes mitos, pero ella defiende que ya está cerca de encontrar algo.
Así que estoy sola. Siento que podría echar la puerta abajo para conseguir salir de aquí; el calor y el reducido tamaño del apartamento me agobian. Y quiero tener un papel en todo esto. Se supone que me persiguen a mí, pero no sé casi nada de Rak-ba ni de los progresos que están haciendo los chicos.
Abro todas las ventanas para generar corriente, pero lo único que consigo es que entre más calor. Intento abrir la puerta, pero está cerrada. No tiene sentido atravesarla y salir del edificio; ni siquiera sé hacia dónde ir.
Me siento en el sofá con la cara entre las manos. Si por lo menos tuviese algún modo de descargar mi frustración… Pruebo a dormir un rato, pero estoy tan alterada que no dejo de dar vueltas sobre la cama, así que me dedico a sacar toda la ropa de mi mochila y colocarla por colores en el armario. Luego ordeno las cartas de póker. Y los objetos que hay encima del pequeño escritorio por tamaños.
Estoy pasando la escoba por toda la casa cuando escucho un pitido que me resulta familiar, pero que no termino de ubicar. Entonces me doy cuenta; es mi teléfono.
Salgo corriendo a mi cuarto, tirando la escoba por el camino, y rebusco en el fondo de la mochila hasta dar con el móvil.
Observo el número que parpadea en la pantalla; es Chuck. Suspiro de puro alivio y cojo.
─¿Chuck?
─¡Sky! ¿Qué, cómo…? ¿Dónde estás?
─En Egipto; nos estamos quedando en casa de Lianna. Sí, es complicado.
─Siento haber tardado tanto en llamarte, pero nunca he encontrado el momento. Mis padres y yo estábamos preocupadísimos. ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?
─Lo único que puede pasarme aquí es el aburrimiento, Chuck. ¿Vosotros? ¿Ya estáis de vacaciones?
Me duele decir esa frase. En otra situación, yo también me habría ido con mis padres a visitar una playa humana, un parque natural o yo que sé, tener pases para bajar al submundo. Cualquier cosa mejor que esto.
─Sí, he venido con Wielia a pasar unos días en la casa de campo de Abbie. Piensan que estás con tu familia en Tanzania.
Siento ganas de llorar; me duele no estar con mis amigas, pero me duele más que ni siquiera ellas puedan saber lo que de verdad está pasando. Las lágrimas se acumulan tras mis párpados.
─Oye, ¿seguro que estás bien? ─dice Chuck.
─Sí, solo… os echo de menos.
Le escucho suspirar.
─Nosotros también a ti, Sky. Tranquila. Todo se arreglará.
─Sí ─asiento, aunque no esté de acuerdo.
─Oye, tengo que colgar. Me mantendré en contacto.
Ni siquiera me da tiempo a despedirme antes de que cuelgue. Me quedo tumbada boca abajo en la cama, con el brazo del teléfono colgando por el borde y la cara apretada contra la almohada. Aunque esperaba con ganas una llamada de Chuck, hablar con mi amigo me ha dejado fatal. No era consciente de lo que le echaba de menos. Aunque lo intento, no puedo evitar ponerme a llorar.
Escucho la puerta principal abrirse, pero no me muevo. Ni siquiera me molesto en limpiarme las lágrimas.
─¿Sky?
Es Sullie. Debería ir corriendo junto a él y pedirle información, pero no me apetece moverme.
Alguien llama a la puerta de mi cuarto. Me incorporo y veo a Sullivan apoyado en el marco de mi puerta.
─¿Estás bien?
Niego con la cabeza.
─Acabo de hablar con Chuck ─digo, enseñándole el móvil.
Él se sienta a mi lado y me da un abrazo.
─Lo siento ─susurra en mi oído.
Vuelvo a llorar sobre su hombro, y él aprieta su abrazo.
─Vamos a solucionar esto, ¿de acuerdo?
No digo nada.
─Ven, vamos a comer algo.
─No tengo hambre. ¿Qué habéis estado haciendo?
─Es bastante complicado. No quiero…
─¿Involucrarme? Menudo error, teniendo en cuenta que yo soy la que está siendo perseguida por unos criminales sin tener ni idea de por qué. Quiero participar en esto.
Sullivan suspira.
─Te estoy protegiendo, Sky.
─No me proteges ocultándomelo todo.
Él parece recapacitar.
─De acuerdo. Sabes que en mi anterior trabajo me dediqué al control de los viajes interestelares, ¿verdad? Hoy estuvimos en la base de datos. No había registros de la Siete Torres, como ya nos esperábamos, pero no hemos encontrado rastro de la nave en Marte. Se está moviendo.
Trago saliva e intento pensar con claridad. No sé la distancia exacta entre Marte y la Tierra, pero de pronto me parece como si Rak-ba pudiera presentarse aquí en un par de minutos.
─Estamos preparados para vencerles ─me asegura.
Intento creérmelo.
─Vete con Ben; creo que estaba en el salón.
Me pongo como un tomate. Lo sabe, seguro que lo sabe.
Aún tratando de asimilar toda la información, me dirijo a la sala de estar para acurrucarme junto a Ben en el sofá.
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