La séptima. Capítulo 9.

A la mañana siguiente, Sullie decide llevarme a su antigua oficina. Parece una sala de las que se ven siempre en las películas, oscuras y llenas de ordenadores y parpadeantes lucecitas de colores. Las paredes están ocupadas por pantallas de mapas del universo cubiertos de puntos que indican la ubicación exacta de las naves inscritas en el registro. Las zonas sin cartografiar están representadas como espacios en negro.
Hace mucho frío, y el ruido del aire acondicionado se camufla entre los pitidos de los aparatos y las voces. No sé por qué necesitan tanto frío, pero prefiero no preguntar; lo más probable es que se enrollen con tecnicismos que no voy a entender.
Hay muchos papeles encima de las mesas; algunos contienen mapas más detallados, que son continuamente actualizados en las bases de datos por los encargados, y otros tienen todo tipo de informes. Echo una ojeada al montón que tengo más cerca, pero no consigo pasar de la primera línea antes de que la cabeza me dé vueltas; como sospechaba, está tan lleno de palabras extrañas que no he entendido nada.
La gente corre de acá para allá, haciendo ondear las batas blancas. Todo el mundo lleva un pinganillo ajustado en la oreja.
Mi hermano me explica de manera rápida cómo es el trabajo aquí, y Ben permanece todo el rato a mi lado, sujetando mi mano con fuerza. Agradezco tener a alguien conocido junto a mí dentro de tanta información nueva.
Un hombre calvo con gafas me enseña la zona del espacio comprendida entre Marte y la Tierra. El planeta rojo está lleno de puntos de colores que representan a las naves, pero no hay ninguno flotando entre las estrellas. El hombre empieza a hablarme de ecuaciones y métodos que están usando para tratar de vigilar a la Siete Torres, lo que me hace desconectar inmediatamente de su charla a pesar de no quiera perderme nada; es imposible seguirle. Pasamos por diversos ordenadores con varios programas abiertos antes de marcharnos.
No sé qué esperaba, pero la visita me deja sentimientos encontrados. Por un lado, saber que hay un equipo intentando rastrear la actividad de la Siete Torres me deja más tranquila; por otro, la cercanía de la nave me pone los pelos de punta. Solo oír su nombre ya hace que mire hacia todos lados, con miedo.

Después de preparar una ensalada en casa, Sullivan esparce todo su equipo por el salón: los cacharros que vi en casa del abuelo y otros que no conozco, que parecen todavía más extraños. Son tantos que no caben todos en la mesa de café, así que distribuye algunos por el suelo. Yo me quedo fascinada mirándolos; hay una especie de peonza azul con forma de diamante y con un montón de anillos dorados que giran a su alrededor, algo parecido a una radio y una cosa negra que parece una caja de zapatos con el interior lleno de cables.
Me va explicando para qué sirven y cómo se usan mientras los va encendiendo. Mi mente es incapaz de retener toda la información. Cuando termina, espera un rato y todo empieza a crepitar y a hacer ruido de golpe. No sé cómo pretende escuchar la voz de Henrie con todo este jaleo.
Me acomodo en el sofá, esperando lo que sea que vaya a pasar ahora, cuando escucho la voz de mi hermano.
─¿Sullivan?

Se me hace un nudo en el estómago, y no puedo casi respirar. Henrie… A pesar de que no estábamos demasiado unidos, era el único que me entendía cunado me sentía como un bicho raro. Él tampoco terminó de encajar en la Academia.
─¿Ha pasado algo? ─vuelvo a escuchar la voz de Henrie, rodeada de estática. Aun así, puedo percibir que está preocupado; supongo que Sullivan no le llamaría salvo que fuese algo importante.
─Estoy con Sky. Queríamos saber cómo va el rastreo.
─Ey, Sky. ¿Cómo estás? De momento no hay noticias; todas las naves establecidas en la órbita de Marte siguen allí.
Me recorre una oleada de alivio.
─Me pondré en contacto con vosotros en cuanto note algo distinto; estad pendientes. Cuidaos.
─Gracias, Henrie ─dice Sullie, antes de ponerse a manipular los aparatos de nuevo.
Me reclino en el sofá; las palabras de Henrie han supuesto un enorme alivio, aunque pensándolo bien no sé si es bueno que la Siete Torres no se mueva. Tal vez su base principal esté en Marte y se hayan detenido allí a reunir armas y soldados. Puede que, cuando lleguen a la Tierra, sean mucho más poderosos de lo que ya esperamos. Me estremezco.
Quisiera haber tenido una conversación más larga con Henrie; siempre ha sabido cómo tranquilizarme cuando las cosas andaban mal. Solo escucharle decir que están haciendo lo imposible por mantenerme a salvo hubiese hecho que me sintiera mejor.
─Algo es algo ─dice Sullie, sacándome de mis pensamientos─. ¿Queréis salir a cenar esta noche?

Me parece increíble. Cuando mi hermano sugirió la cena con tanta naturalidad, pensé que estaba bromeando. Ayer mismo me estaba echando la bronca por salir a tomar un helado con Ben.
Pero aquí estamos, sentados a la mesa de un restaurante de estilo clásico después de haber dado una vuelta por un mercadillo del centro de la ciudad. Ben se empeñó en comprarme un vestido precioso, que ahora descansa en una bolsa de plástico a mis pies.
El comedor está iluminado con luces amarillas que desprenden lámparas forradas de madera. Las paredes están cubiertas con paneles de madera de teca, y las sillas están tapizadas con terciopelo rojo. Huele a comida especiada, y se escuchan las voces alegres del resto de la gente. El sitio me hubiese encantado de no ser por la migraña que me causa la tensión que llevo acumulando desde que empezó todo esto. No hago más que mirar por la ventana, esperando ver aparecer una nave gigante dispuesta a secuestrarme, mandarme al espacio y usar a saber qué métodos para convertirme en una soldado que defienda sus ideales.
Mi cabeza palpita al ritmo de mi corazón, e intento relajarme pensando en otras cosas.
Me han dejado no ponerme las gafas durante la tarde, pero llevo otra vez el velo cubriéndome la cabeza. Sullie incluso sugirió que me tapase también la boca y no mirase a nadie directamente, pero me negué. El pelo se me pega al cuero cabelludo por el sudor; no sé cómo lucen el pañuelo con tanta naturalidad las mujeres que he visto estos días por la ciudad. Por lo menos, mi ropa amplia de color claro no me da calor.
Ben y Sullivan hacen lo posible por distraerme, pero yo no puedo evitar que me acechen pensamientos sombríos. Casi espero que la ciudad estalle en llamas a nuestro alrededor.
Cuando llega Lianna y se sienta a mi lado, pego un ligero brinco. Mi hermana se interesa por cosas intrascendentes; qué hemos hecho por la tarde, si hemos comprado servilletas o la enorme cantidad de arena que está desplazando el viento del desierto. Podríamos parecer un grupo de amigos normal y corriente. Pero al final, acaba haciendo la pregunta.
─¿Habéis hablado con Henrie? ─dice, bajando un poco la voz.
Instintivamente, Ben y Sullie echan el cuerpo hacia delante, como si con eso pudieran evitar que alguien nos escuche.
─Sin novedades ─dice Ben.
Miro mi plato de verdura; se me ha ido el apetito. La sola mención del nombre de mi hermano es como retirar la tapa de una olla a presión. No ha pasado ni siquiera una semana desde que Chuck me sacó de la cama a punto de que anocheciera y me dijo que huyese. Y en menos de una semana, mi vida se ha vuelto completamente del revés. Siento las lágrimas quemándome en la parte de atrás de los ojos. Quiero irme a casa.
Lianna pone su mano sobre la mía y aprieta. La miro, intentando aparentar que no pasa nada.
La cena transcurre sin muchos más incidentes. Aprecio los intentos que hacen los demás por hablar de otras cosas, y consiguen levantarme un poco el ánimo.
Cuando la conversación decae, damos un paseo hasta casa. Se ha levantado un viento frío, y por primera vez agradezco el velo.
Sullie y Lianna van unos pasos por delante, lanzándose pullas y riendo, como cuando eran pequeños. Sonrío; es agradable ver una escena tan familiar. Ben me pasa un brazo por los hombros y me aprieta contra él. Incluso me pone su americana por encima cuando nota un escalofrío recorriéndome, a pesar de que le digo mil veces que no hace falta.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su hombro, dejando que él me guíe. Levanto la mano hacia mi hombro y rozo sus dedos con los míos. Todo es tan… normal.

Esta noche, Sullie se ofrece a dormir en el sofá, y que Ben duerma conmigo. Me pongo roja; que mi hermano sugiera eso es un poco extraño. Y vergonzoso. Y también sorprendente; de todos mis hermanos, Sullivan siempre ha sido el más conservador y protector. Me extraña que haya sido él mismo el que lo haya dicho.
Me guiña un ojo mientras coge la camiseta del pijama del armario y se va a cambiar al baño. Eso solo hace que me sonroje más.
Estoy nerviosa. He dormido muchas veces con Chuck o con mis hermanos, incluso en la misma cama, pero esto es distinto. Limpio el sudor de mis manos en los pantalones.
Ben me da un beso en la sien y se tumba boca arriba en la cama, sin taparse. Se ha quitado la camisa, y miro de reojo sus músculos, perfectamente definidos. Respiro hondo.
Siempre me ha dado vergüenza que alguien, aunque sea cercano a mí, me vea cambiándome la ropa, así que me limito a quitarme los zapatos y el velo y tumbarme al lado de Ben, sin atreverme a mirarle. No sé qué espera que pase esta noche. Yo tampoco sé lo que pretendo con él.
Ben se acerca a mí y me pasa un brazo por debajo de la espalda, haciendo que apoye la cabeza en su pecho. Cierro los ojos y aspiro su olor. Siento su mano acariciando mi pelo.
─¿Estás bien?
Suspiro. ¿Cómo se responde a esa pregunta?
─Sí. No. Ni idea.
Su otra mano me rodea la cintura.
─Vas a estar bien. Te lo prometo.

Levanto la cabeza y le beso el mentón hasta llegar a sus labios.
─Te quiero ─le digo cuando dejamos de besarnos.
Ben es el primer chico con el que estoy así y le conozco desde hace pocos días, pero sé que es verdad; le quiero. Cualquier otro chico que conociese mi situación huiría por pies, pero él ha estado a mi lado, protegiéndome.
─Y yo a ti ─susurra.
Una de sus manos sigue acariciándome el pelo, y el pulgar de la otra hace círculos en mi cintura, por encima de la camisa. Antes de que me dé cuenta, él mete el dedo debajo de la tela y sigue haciendo los círculos sobre mi piel. Mi corazón late un poquito más deprisa y se me pone la carne de gallina. Tengo la mente en blanco. Apoyo la mano sobre su vientre, pero no la muevo de ahí.
Él parece entender mi inseguridad, ya que deja la mano donde está. Su pulgar sigue haciendo círculos sobre mi piel hasta que me quedo dormida.

Lo primero que noto al despertarme es que estoy al lado de alguien que no es mi hermano. Me apresuro a taparme con la sábana, asustada, pero me doy cuenta enseguida de que es Ben. Suspiro de alivio, pero no puedo evitar comprobar que mi ropa sigue en el mismo sitio que ayer.
A pesar de que he dormido unas cuantas horas, sigo estando cansada, aunque no queda rastro de la migraña de ayer. Cierro los ojos e intento dormir, pero no puedo, por lo que me dedico a ordenar mis pensamientos. Bueno, lo haría si supiera qué pensar. ¿Qué hago en la misma cama que Ben, si nos hemos conocido hace nada?
Suspiro profundamente. Yo le quiero y él me corresponde. Eso es lo importante.
Escucho ruidos en la cocina. Como sé que no seré capaz de dormirme de nuevo, me levanto a desayunar.
Veo la camisa color burdeos de Ben colgada de mala manera sobre la silla del escritorio. Me la pongo por encima de la ropa y aspiro el olor de Ben con los ojos cerrados. Observo mi aspecto; debo lucir como para una alfombra roja, más o menos, con una camisa de hombre abierta sobre una ropa sudada y sin formas.
Esperaba que fuese Sullivan el que estaba en la cocina, pero en su lugar me encuentro a Lianna.
─Buenos días ─dice.
Si opina algo sobre el que haya pasado la noche con Ben, no lo dice.’
─Buenos días. ¿Hoy no trabajas?
─No, hoy es fiesta en la universidad. Sullivan ha salido ─me comenta, anticipándose a mi siguiente pregunta─. Dijo que necesitaba algo para comunicarse con los de su oficina en caso de que hubiese cambios; si fuese importante, te habría llevado. Pero ha dejado eso encendido, por si acaso ─señala el salón con el pulgar.
No me había dado cuenta, pero el equipo de Sullivan sigue desparramado por todas partes, haciendo ese ruido tan horrible. Saber que estamos informados en todo momento me hace sentir más segura.
Asiento y me preparo el desayuno. Lianna y yo comemos en silencio. A pesar de ser profesora, mi hermana no es demasiado comunicativa, al menos con nosotros. Creo que es consecuencia de sus días de encierro en el búnker. En el fondo lo entiendo; entiendo que vea a cualquier miembro de su familia y se acuerde de eso. Aunque la habitación tenía ventanas, éstas tenían barrotes, y ella era muy pequeña.
─Lo siento ─digo, sin poder evitarlo.
─¿El qué?
─El… que estuvieras… que tuvieras que quedarte encerrada cuando tu poder se descontrolaba. Tuvo que ser horrible.
Me esperaba que dijera que no pasa nada, que ya está superado; al fin y al cabo, Lianna es una persona fuerte. Lo que no esperaba era que se pusiera a llorar.
Dejo la cuchara apoyada en el bol y me siento sobre ella, como cuando yo era pequeña y me consolaba después de haber tenido una pesadilla. Le acaricio el pelo y dejo que llore sobre mi hombro.
─No lo controlaba ─dice, entre hipidos─. Cuando sentía demasiado las cosas, el fuego simplemente… salía en chorros de mí. Encerrada en ese sitio, llegué a pensar que papá y mamá querían que me quemara viva.
Apoya la cabeza en mi pecho y llora aún más fuerte. Yo me quedo callada; no sé qué decir. Y, aunque consiguiera encontrar las palabras, no sonaría auténtico. Jamás lograré llegar a entender por lo que pasó.
Después der unos cinco minutos, escucho pasos en el pasillo. Ben aparece por la puerta, con cara de recién levantado. Tarda unos segundos en darse cuenta de la situación.
─Oh, vaya… lo siento.
Hace amago de irse, pero Lianna le corta.
─No pasa nada -.dice, secándose las lágrimas.
Él se sienta, todavía visiblemente abochornado, mientras yo regreso a mi silla. En la cocina de mi hermana todo está desparejado, desde las sillas hasta los cubiertos.
Nos sumimos en un silencio incómodo en el que nadie sabe qué hacer. El sonido del equipo de comunicación de mi hermano nos saca de nuestros pensamientos.
─¿Sullie? ¿Chicos?
Es Henrie. Los tres vamos corriendo al salón y nos sentamos en el sofá, tensos.

─¿Henrie? ─dice Lianna, pulsando botones. Se ve que sabe cómo funciona el aparato. Parece haber dejado atrás todo rastro de pena─ Henrie, ¿nos escuchas?
─Lianna, tenéis que huir. Están en la Tierra. Van a por vosotros.

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