
Los días de lluvia son tremendamente aburridos. Alejandra se encontraba leyendo un libro junto a su ventana. Y de repente algo le vino a la mente mientras escuchaba el chapoteo del agua contra su ventana. Llevaban una semana seguida sin ver el Sol. Era verano y parecía otoño, no podía seguir soportando esas soporíferas tardes en las que lo único que podía hacer era leer el libro que su profesor les había mandado como tarea veraniega. Aún eran las diez de la mañana, pero parecían las nueve de la noche de lo oscuro que estaba todo.
Sin pensarlo dos veces Alejandra sacó su teléfono móvil y llamó rapidamente a su amiga Alicia. -Tenemos que largarnos de aquí, le dijo. Alicia aceptó de buena gana la invitación de su amiga y rápidamente le pidió el coche a su padre, sin ni siquiera colgar la llamada. -¿Donde nos vamos? -preguntó. – ¿Donde hace Sol? – le respondió Alejandra.
Después de algunas deliberaciones ambas decidieron que el mejor destino eran las playas de Peñíscola. Estaba muy lejos de su Salamanca natal, pero por otro lado fue allí donde pasaron los mejores veranos junto a sus padres cuando eran niñas. La idea no podía ser mejor. Lo peor de todo, es que el coche del padre de Alicia contaba ya con treinta veranos. Un vetusto BMW que a pesar de conservarse bien, nunca fue demasiado fiable.
Tenían las dos tantas ganas de marcharse un par de días a la playa que ni siquiera lo dudaron, y se apresuraron a despedirse de sus padres para poner rumbo a la playa. Pero aunque ellas aún no lo sabían, lo mejor del viaje no iba a ser tomar el Sol, sino la aventura de llegar hasta Peñíscola.
Una vez tuvo lista su maleta, Alejandra esperó impacientemente la llegada de su amiga mirando a través de la ventana. Llovía a cántaros. En sus diecinueve años no recordaba un verano tan lluvioso. En cuanto llegó Alicia salió corriendo hacia el coche tapando su cabeza con la pequeña maleta que había elegido.
Al salir de Salamanca no pudo evitar contemplar el precioso paisaje. A pesar de ser un agobio, la lluvia acumulada durante el verano había conseguido teñir los paisajes de la meseta de un verde precioso, cuando sólo hacía unas semanas todo era amarillo, tras la cosecha del cereal.
Acercándose a Ávila comenzaron a salir unos pequeños rayos de Sol que dieron a su vez un respiro a tanta lluvia. Alicia lo agradeció enormemente. Hacía sólo cuatro meses que se había sacado el carnet de conducir y aquello le había estresado más de la cuenta. -Menos mal- resopló aliviada. Alejandra mientras tanto tenía la cabeza en otro lugar. Comenzaba a imaginarse en la playa, junto al castillo de Peñíscola.
Cuando eran niñas, las dos iban a un camping que estaba junto a la playa, y todas las mañanas terminaban acercándose hasta allí imaginando que eran unas princesas, dueñas de todo aquello. Diez años después Alejandra todavía tenía esa esperanza. Deseaba poder volver a correr por aquellas murallas, pero sabía que el tiempo había pasado.
La lluvia volvió a arreciar según se acercaban a la provincia de Segovia. Allí, en mitad de la carretera vieron a un ciclista que parecía estar intentando arreglar algo en mitad del diluvio. Las chicas no pudieron por menos que parar a preguntar si necesitaba algo. Así fue como conocieron a Yago. El joven, aún más echado para delante que ellas confirmó lo que sospechaban. -¿No iréis hacia El Espinar, verdad?- les preguntó. -¿Eso cae de camino a Madrid, no? le replicó Alicia. -Si. Con algunos aprietos Yago, aún empapado, consiguió meter su bici junto a él en los asientos traseros del coche.
Al acelerar un sonido ronco sonó en el interior. No tenía buena pinta. Por suerte, terminó cogiendo velocidad y pudieron seguir su camino. Aunque era una joven muy guapa, Alejandra nunca había conocido a ningún chico que le gustase. Sin embargo, en cuanto Yago se montó en el coche no pudo evitar ponerse roja. Su amiga enseguida se dio cuenta y comenzó a dar conversación al chico. -¿Que hacías por aquí con esta lluvia?. -Trabajo aqui cerca, y hoy no podía venir en coche. ¿Vosotras a donde vais, a las fiestas de San Rafael? -No, ¿que fiestas? le interrumpió entonces Alejandra. Alicia captó a la primera el mensaje. Alejandra quería saber más, quería quedarse con Yago. -Pues este finde son las fiestas de allí. Organizan unas verbenas muy buenas, y están al lado de mi pueblo. Os podíais unir.
En aquel momento a Alejandra le dio un vuelco el corazón. Alicia le hizo el favor de su vida y salió al paso. -Pues tampoco tenemos nada mejor que hacer. ¿Hay algún sitio cerca donde dormir?.
En cuanto llegaron al pueblo de Yago le dejaron junto a su casa y se dieron los teléfonos. Alicia y Alejandra fueron raudas a una pensión cercana para pedir un par de camas y se quedaron a pasar el fin de semana.
Alejandra no conoció durante esos días al amor de su vida, al príncipe que siempre buscó. Pero aprendió que a veces la vida te depara maravillosas sorpresas, y que algunas veces, es mejor dejarse llevar que seguir el plan establecido. Quizá por eso, un tiempo más tarde decidió dejar su carrera y unos meses más tarde comenzar a estudiar Veterinaria. Gracias a eso conoció a su verdadero amor, y unos años después, sin duda recordando lo que le ayudó conocer a aquel chico, del que nunca más volvió a saber nada, le puso de nombre a su hijo, Yago.
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