Relato: Cuesta abajo sin frenos (capítulo 2)

Dan me espera junto a su coche nuevo, un BMW plateado. Fue un regalo de su padre por su último cumpleaños.

Sonríe en cuanto me ve; tiene una sonrisa preciosa. Me acerco a él.

Dan me coge por la cintura y yo le paso los brazos por el cuello. Nos besamos, no un beso como el que nos dimos en el patio, sino más intenso. Mi bolsa de gimnasia se desliza por mi hombro y cae al suelo.

Cuando nos separamos, me hace un gesto con  la cabeza para que suba al asiento del copiloto. Tomamos la carretera que lleva a mi casa, pero antes pasamos por el club de natación a recoger a Carol.

Carolyn es mi hermana pequeña y, aunque solo tiene siete años, apunta maneras en el mundo de la natación.

La niña se termina de escurrir el pelo con su toalla de peces estampados mientras nos cuenta, orgullosa, que acaba de ganar a todas las niñas de su equipo en una carrera.

-Wow, enhorabuena -.dice Dan.- Seguro que pronto te nombrarán capitana.

Mi hermana sonríe hasta enseñar todos los dientes; parece que pronto se le van a romper las mejillas por la mitad. Eso es otra cosa que me gusta de él; que sea tan bueno con los niños, sobre todo con Carol.

El trayecto a casa se hace ameno y, al final, el coche se detiene en la puerta delantera de nuestro bloque.

-Gracias por traernos, Dan -.le digo, apretándole la mano.

-¡Gracias! -.dice Carol con su vocecita antes de bajar del coche.

-Sabes que no hay que darlas. Nos vemos mañana -.dice él, y me da un beso en la frente.

Meto la llave en la cerradura del portal y dejo que mi hermana pulse el botón del ascensor.

Estoy agotada, y cuando la puerta de casa se abre lo primero que pienso es en darme una ducha y meterme en la cama. Pero no puedo; tengo que rellenar los formularios para el consejo, aprenderme un par de textos de memoria, hacer los ejercicios de matemáticas y empezar con el trabajo de economía avanzada, aunque es para dentro de un mes.

A mayores, tengo que mirar si han salido las solicitudes para los campamentos preuniversitarios, mirar si mi viejo uniforme de animadora me sigue valiendo y estudiar los mil folletos que me ha traído mamá con diferentes planes de estudios.

 

-Ed, te llevo llamando media hora.

Ese es mi hermano mayor, Simon; apenas he entrado en casa y ya querrá que le ayude a hacer la cena o le tire algo a lavar.  Desde que mamá encontró trabajo en el banco, que la obliga a pasar mucho tiempo fuera, él se ha convertido en una especie de parásito dependiente de mí, a pesar de que terminó la carrera hace dos años.

-¿Qué pasa? -.le pregunto entrando al salón, de donde viene su voz.

Me paro junto a la puerta, sorprendida; Simon no está solo. Un chico que reconozco inmediatamente está tirado confortablemente en mi sofá: Thomas.

Es un viejo amigo de mi hermano; los dos solían tirarme de las coletas cuando éramos niños, o mandarme hacer cosas que yo no quería. Una vez consiguieron que me comiera un bote entero de kétchup, haciendo que me pasase dos días en la cama con dolor de tripa, y otra decidieron probar una de sus brillantes ideas conmigo que terminó con cinco puntos en mi frente.

Con el tiempo, Thomas se convirtió en uno de los chicos más sexys de Elton; Ann y yo solíamos quedarnos a ver el entrenamiento de rugby solo por si conseguíamos verle sin camiseta.

Dentro del instituto, Thomas había obtenido varios premios académicos y matrícula de honor cinco años seguidos. Sin embargo, nada más atravesar las puertas de la escuela, se convertía en alguien mucho menos cuadriculado.

Más de una vez, cuando ha venido a casa, le he sorprendido mirándome el trasero, y una vez incluso se atrevió a intentar besarme.

Y ahora ese chico está sentado en mi sofá.

-¿No me vas a saludar? -.dice Thomas, esbozando una sonrisa y mirándome con sus ojos oscuros.

-Ho… hola. ¿Qué haces aquí? ¿No habías ido a vivir a Escocia, o algo así?

-Veo que te alegras de verme.

Se hace el silencio.

-Thomas ha encontrado trabajo aquí, Edith -.aclara Simon.- Va a quedarse unos días en casa, hasta que encuentre un sitio donde instalarse.

Ni siquiera pregunto de qué va a trabajar; puede que estuviese interesada en Thomas cuando estudiaba en Elton, pero no era más que una obsesión de niña pequeña. Ahora no me importa lo más mínimo. Aunque intento convencerme de eso, noto como mi labio inferior tiembla.

Intentando no fijarme en cómo la camiseta negra se tensa sobre su pecho bien torneado, digo:

-Vaya. Es estupendo. ¿Has hecho cena? -.le pregunto a mi hermano, cambiando bruscamente de tema.

-Queda algo de comida india en la cocina.

Me dirijo a la cocina como una autómata, sin dejar de darle vueltas a lo que acaba de pasar. ¿Thomas se va a quedar en casa? Vale, tengo que relajarme. Es un chico guapo, muy guapo, pero yo estoy feliz con Dan.

Me obligo a repetir esas palabras en mi mente mientras como y, después, me encierro a trabajar en mi habitación.

 

Alguien se ha metido en mi cama. Al principio pienso que es Carolyn, que siempre tiene miedo, pero enseguida desecho esa idea; el cuerpo tumbado junto al mío es demasiado grande para Carol. Es un cuerpo de hombre.

Una colonia que identifico como la de Thomas invade mis fosas nasales. El chico empieza a darme besos en el cuello, primero despacio, luego más rápido.

Trato de librarme de él, pero su mano me sujeta fuertemente la cadera. Abro la boca para gritar… y me despierto.

La puerta de mi habitación está cerrada, y no hay nadie durmiendo a mi lado. Suspiro profundamente, intentando recuperarme del sueño. Me pongo una mano en la frente; la piel me arde.

Son las seis y media de la mañana. Como sé que voy a ser incapaz de dormirme de nuevo, enciendo el ordenador y busco información para el trabajo de economía.

He recopilado bastante cuando suena la alarma de mi móvil. Guardo el trabajo en mi pen drive y apago el ordenador.

Rebusco en el armario hasta dar con un conjunto de deporte y me voy a la sala de las máquinas.

 

La sala de las máquinas es un pequeño cuarto que tenemos en el piso. La mayoría de la gente lo utilizaría para poner la lavadora o de trastero, pero nosotros tenemos una bicicleta estática y algunas herramientas de deporte. En mi familia somos así; preocupados por la apariencia.

A veces me gustaría poder relajarme un poco, no hacer deporte y saltarme la dieta para ir a por una hamburguesa y un helado con Ann, pero siempre que lo intento no soy capaz.

Hago quince minutos de estática y varias tandas de abdominales, como suelo hacer todas las mañanas.

Me ducho en el baño anexo a mi habitación, vuelvo a ponerme el pijama y voy a la cocina.

Estoy a punto de tropezarme cuando veo a Thomas sentado en una de las sillas en torno a la mesa vestido únicamente con una camiseta de tirantes ajustada y unos calzoncillos.

Él levanta la mirada en cuanto escucha mis pasos.

-Buenos días.

-Buenos días -.respondo, intentando que mi voz suene indiferente.

Me preparo un café y cojo una pieza de fruta. Noto la mirada de Thomas clavada en mí, pero no le hago caso.

-Has crecido -.comenta.

-Ajá.

Me sonrojo, y mi corazón empieza a latir más rápido. ¿Seré estúpida? Thomas no ha pretendido lanzarme un cumplido; la última vez que me vio yo estaba en octavo, y es obvio que he crecido desde entonces. Sin embargo, no puedo evitar acelerarme a cada palabra que me dedica. ¿Y por qué de pronto me avergüenza mi pijama con ositos rosas estampados?

Desayunamos en un completo silencio.

 

Una vez vestida, me maquillo discretamente y cojo mi mochila; Dan ya me está esperando abajo, y no me gusta hacer esperar. Compruebo que tengo llaves antes de abrir la puerta.

Thomas, que anda paseando por la casa, me dice:

-¿Ya te vas? Y yo que quería llevarte a clase…

-No es necesario, gracias.

Antes de que pueda cerrar la puerta del todo, él avanza hacia mí y me coge de la cintura.

-Thomas, me están esperan…

Posa brevemente sus labios sobre los míos, sin dejarme terminar la frase.

-Que tengas un buen día.

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